martes, 10 de julio de 2012

Muñeca rota


Saliendo de la boutique de Doña Azucena, en la plaza del centro, donde Felicita trabajaba todos los días de siete a ocho; Don José, el taxista, esperaba paciente todos los días.
–Buenas, Don José –decía – ¡Súbase! –respondía el taxista
Y el diálogo era ese, siempre el mismo y sin más amabilidades que la de pagar con cambio y diciendo gracias.
Felicita siempre llagaba a casa a las 7:30, hora en la que la esperaban sus seis hermanos pequeños y su señora madre, Doña Chela. Ya sea que estuviera planchando la ropa de los vecinos, remendando ropa con ayuda de la vieja máquina de coser o preparando el atole que tenía que alcanzar para todos, Doña Chela escuchaba el taxi y salía a recibir a su hija, la mayor, la próxima a casarse; la que saldría pronto de esa vida pobre y modesta que les había dejado como herencia la muerte de su marido, Don Ignacio.
Ya habían pasado cinco años desde que el señor había muerto de cirrosis, dejando así a seis huérfanos de padre nacidos, y uno en la panza de su viuda. Desde entonces, Doña Chela se las había visto muy duras para poder salir adelante. Tampoco es que no estuviera de buen ver, pero tenía bien claro que marido sólo había uno, porque así lo mandaba Dios. Felicita había aprendido lo mismo.
A sus 18 años, con la flor en la mirada, el brillo en la melena negra y su figura pequeña y esbelta, despertaba el interés de todos los del pueblo. Su alma fresca era decencia, ternura, alegría y sobre todo, sueños; deseos de poder sacar adelante a sus hermanos, de casarse con un buen hombre que le diera un apellido digno, que no tomara todos los días, que estuviera dispuesto a ayudarle con su familia.
Tenía ya dos años trabajando en la Boutique, y le sentaba bien ese empleo. Platicaba de amores con todas las chicas de Guanajuato que iban a comprar la ropa que usarían para los bailes a los que ella nunca asistía, ni asistiría. Recibía los recados para su jefa, Doña Azucena, de manos de Pepe, el mensajero; quién a veces hasta se le olvidaba a que iba, pero iba todos los días. Acomodando paquetes de lencería, vistiendo maniquís, cambiando los precios y esperando a la clientela; se le pasaban todos los días de lunes a sábado.
-¿Por qué salió tan bonita la “Felicitas”? –Preguntaba Doña Chole, madrina de Felicita, a Doña Chela. –Es bella mija, chula. Dios me la ha de cuidar mucho.
Un día, Doña Chela estaba tendiendo ropa, cuando percibió un aroma a quemado que provenía de la cocina.
Se acercó corriendo y descubrió el atole desparramado por el suelo de tierra. No pensó en que esa noche la familia se quedaría sin cenar, tampoco pensó en el hormiguero que se haría, no pensó en que tenía más de tres horas lavando camisas, pantalones y calzones ajenos y que, por esa razón, había descuidado el atole. Doña Chela pensó repentinamente en su hija.
Eran ya las nueve de la noche y Felícita no había llegado. –No se apure comadre, mejor vamos a buscarla –Comentó Doña Chole. Se subieron a una carcachita azul y se fueron a la boutique; no sin antes dejar encargados a los niños dormidos con la vecina de al lado. Recorrieron todas las rutas posibles y preguntaron a quienes vieron en la calle, pero nadie sabía absolutamente nada. Doña Chela ya estaba ahogada en llanto y preocupaciones cuando cantó el gallo al amanecer, pasó esa noche y las siguientes comiéndose con rezos a la virgen de cerámica que tenía sobre su cama, poniéndole veladoras, esperando que todo fuera una pesadilla.
Y vaya que lo fue. Todos los días la gente le preguntaba que si ya sabía algo de “Felicitas”, ella ya no respondía, y ni falta que hacía. Las veladoras se consumían a diario, la ropa quedaba mal lavada y hasta el atole sabía amargo.
-¿Dónde está mi hija? –Lloraba Doña Chela y sus lágrimas se perdían en el agua enjabonada. Pudo haber muerto de preocupación, de ira, de rencor contra la pinche vida que primero le había quitado a su marido y ahora a su hija. Pero su fe en Dios la fortalecía, así como el ruido de tripitas de sus otros angelitos, que aunque extrañaban los mimos inagotables de su hermanita, aún tenían hambre y tenían que comer algo todos los días.
Llegó el cambio de estación, sorprendió a Doña Chole tejiendo unas cortinas verdes para la ventana de su casa, cuando escuchó los gritos de su comadre. Salió corriendo en pantuflas. Lo que vio afuera, jamás lo olvidaría. Ni ella, ni uno sólo de los 80 vecinos de la vecindad.
Felicita, la bonita de la colonia, estaba mal envuelta en una sábana ensangrentada, tirada en la calle, con harapos mugrosos y la cara irreconocible. Doña Chela estaba que se moría, al salir para ir al mandado se la había encontrado tirada como perrito atropellado; con la cara cubierta de moretones, los pechos vírgenes mancillados a mordidas, pedazos de cabellos arrancados, una enorme cicatriz putrefacta en el cuello y dos costillas rotas.
-¡Hija de mi vida! ¡Aún respira! ¡Llamen a una ambulancia! ¡Auxilio! –Gritaba Doña Chela y Doña Chole corrió al teléfono de la esquina. Llegó la Cruz Roja y subieron a la muñequita rota junto con su madre y su madrina… también rotas.
Los doctores le indicaron a Doña Chela que Felicita se recuperaría, pero que tenía golpes internos y las cicatrices de sus pechos y del cuello estaban infectadas. Doña Azucena, quien había sido una de las más afectadas por la desaparición de su empleada favorita, amorosamente se ofreció a pagar todo lo que se requiriera, además de darle su sueldo íntegro a la muchacha al menos en lo que se recuperaba. Fue así como “Felicitas” duró un mes internada y otros más en recuperación dentro de su casa.
No hablaba, no comía. Sonreía con sus hermanos, pero no les decía nada. Si se le dejaba mucho tiempo sin supervisión se comía pedazos de su cabello y se orinaba en la cama. Doña Chela se dividía entonces entre sus labores cotidianas y los cuidados de su hija, que estaba loquita, pero viva.
Los rumores en el pueblo no se dejaron esperar. Se decía que la habían deshonrado, que era indigna.
–¡Pobrecita “felicitas”! Pero pues es la suerte que le tocó, ni modo, dudo que consiga marido. ¡Tan bonita que esta! –Escuchó Doña Chela un día en la panadería. Tenían razón.
Según el doctor, “Felicitas” había sido violada, muchas veces. Por el estado en que la encontraron sabían que había padecido hambre y maltratos de todo tipo. Su cuerpo atestiguaba desde rasguños y mordidas, hasta cintarazos y quemaduras de cigarro. ¿Quién iba a querer a una muñeca rota?
Ese cuestionamiento duró varios días en la cabeza de Doña Chela, quien tampoco ya no hablaba, ni con su comadre. Si se le dejaba mucho tiempo sola lloraba y pensaba en que cosa inventarle a la gente para que dejara de hablar de “Felicitas”.
La tarde en que la más chiquita de las hermanitas de Felicita, Mague, echó por accidente azúcar a la sopa; llegó un señor. Alto, panzón, con bigote y cabello rizado, el hombre tocó la puerta con el número tres de la vecindad de Doña Cuquita.
Doña Chole, que estaba bañando a Javiercito, el bebé, se limpió las manos en el delantal y dejó al niño jugando en la tina para atender la puerta. –¿Qué se le ofrece? –Buenas tardes, vengo a buscar a Felicita –dice la inesperada visita.
–Ella no está disponible, ¿Sabe?, tuvo un accidente y desde entonces no habla mucho, o mejor dicho nada, se la mantiene casi todo el tiempo dormida. Ahorita mismo lo está. Pero si yo le puedo ayudar en algo ¡Dígame! –Pos si, si puede –Dijo Don José, entrando sin ser invitado y parándose frente a Doña Chela.
-Sé muy bien que le pasó a la muchacha, porque fue conmigo con quien estuvo estos meses. Estoy muy enamorado de ella, quiero remediar el daño que le hice y hacerla mi mujer.
Doña Chela no sabía que este hombre era el taxista que todos los días le regresaba a su muñeca a casa, no entendía del todo lo que estaba diciendo –¡Hijo de perra! –Vociferó de repente, lanzando una bofetada para aquel hombre que le doblaba la edad a su niña, que le había quitado su virtud y su cordura; sea de paso, le había quitado a la familia la única esperanza de un día salir del hoyo en el que estaban.
Dijo muchas cosas, “Felicitas” no se daba cuenta, dormitaba drogada con analgésicos a los que ya era adicta, sus hermanitos se acorralaban en la cama con ella. Doña Chela seguía maldiciendo a Don José, pegándole, escupiendo todo su coraje. Don José soportaba, toleraba austero todos esos reproches convertidos en golpes, lloriqueos y majaderías. Cuando Doña Chela por fin calló y se sentó en una silla a terminar de llorar, cansada de pegarle a un costal de arena sin emociones ni sensibilidad, Don José habló.
-¡No nos hagamos tarugos! La muchacha ya fue mía. ¿Quién la va a querer así? Todo el pueblo sabe que se fue conmigo, que yo me la llevé, pues, y que la hice mi mujer. Antes diga que vengo a hacer las cosas bien, porque la quiero para madre de mis hijos.
Era verdad, el pueblo juzgaba muy cruelmente a “Felicitas”, que ahora era totalmente inútil. Dependía de su madre para todo y su madre no podía con la mitad de las cosas que ya tenía sobre la espalda. Además, Dios por algo hace las cosas, y si ese hombre se había presentado después de todo, para tenerla como su esposa, entonces eso era lo que le esperaba a su hija.
-Pero ¿Que pendejada está haciendo Chela? –Es por el bien de ella, José prometió no volvérmela a maltratar, darle un apellido y mantenerla.
-¡Eso hijo de su chingada madre la violó! ¡Abusó de ella! –Mire comadre, yo la quiero mucho a usted, pero es mi hija y le pido que no se meta. Sé que es lo mejor para ella. Loquita, jodida y desgraciada ¿Quién chingados va a querer a mi muñequita?
Doña Chole no hizo entrar en razón a Doña Chela y perdieron las amistades. “Felicitas” apenas se dio cuenta de lo que pasaba a su alrededor, al ver a Don José, las primeras veces gritaba y se le resistía, pero después se acostumbró. Finalmente ya había pasado varios meses enredada en sus piernas, pensando en que no estaba ahí, que estaba en la boutique, esperando a Pepe con los recados para su jefa.
A cambio del matrimonio legal y por la iglesia, Doña Chela no puso denuncia alguna. Felicita regresó a su cárcel, la casa que ahora era la de su marido, donde él le hacía el amor todas las noches. Ahora sí con respeto, porque era su mujer.
Los meses pasaron, “Felicitas” no salía nunca a ningún lado. Para no depender de las asquerosas manos de Don José, había recuperado una parte de su cordura que le permitía valerse por sí misma; pero sólo hablaba con sus recuerdos. Cuando sentía que no podía resistirlo, lloraba por dentro, cuidando de no derramar ni una sola lágrima en la cena de Don José, al que nunca le dirigía la palabra y sólo se limitaba a atenderle toda clase de urgencias, para que luego no la molestara con alguna bofetada.
Lo bueno es que el estaba todo el día ruleteando en el taxi y entonces “Felicitas” cantaba las canciones que le cantaba su madrina y que ella misma luego le cantaba a sus hermanitos. Se reía con la risa inolvidable de Pepe, ese que nunca se le declaró y que ahora debería de andar con Ceci, la de la otra tienda.
En eso estaba una tarde cuando cayó de bruces en la cama. Al abrir los ojos, estaba en el despacho del médico, tenía 3 meses de embarazo. La vida le volvió a los ojos. Con el pretexto de irle a avisar a su madre de la buena nueva, Don José la dejó regresar a la vecindad. Él también se sentía contento, tendría un hijo, varón, al que le enseñaría a ser hombre.
Pero Felicita no llegó con su madre, apenas reconocía las macetas verdes y la puerta con el número tres. Llegó hasta la puerta número cinco y la abrió sin llamar, como siempre lo hacía, desde niña. –¡Hija de mi vida! ¿Qué haces aquí? –Respondió Doña Chole, que en ese momento se encontraba tomando su primera taza de café del día.
Le explicó, con voz calmada y discreta, que estaba embarazada, que necesitaba salir de esa casa, que quería correr lejos, donde nunca más nadie supiera de su suerte, donde su bebé pudiera crecer y tener una vida mejor que la que le tocó a ella. –¡Será niña madrina! ¡Lo sé! La soñé anoche, está bien bonita.
“Felicitas” había vuelto a reír, había vuelto a sentir. La vida dentro de su vientre le había regresado el ánimo de la vida misma. Doña Chole, dio gracias a Dios por devolver la cordura a su ahijada, abrió el baúl de los recuerdos y sacó tres cadenas, un par de arracadas y su anillo de compromiso que ya no usaba por la artritis; todo de oro.
-¡Corre mi niña! Ve con don Tito, el de la casa de empeño. Dile que te mandé yo para que te dé el dinero que me daría a mí, saliendo de ese lugar: ¡Corre, mi muñeca rota! ¡Corre!.
Y así lo hizo, y así fue. De “Felicitas” y de su hija jamás se volvió a saber

martes, 3 de julio de 2012

Crónica de una practicante durante su primera cobertura de elecciones presidenciales.

Eran las 6:07 cuando abrí los ojos la mañana del 1 de julio del 2012. Suelo ser muy impuntual, es uno de mis defectos, pero ese día era importante para mí y la hora lo era más.
 –¡Se me hace tarde! –exclamé medio dormida y me apresuré a levantarme. Sin meditarlo corrí a la regadera y desperté por completo con el chorro de agua fría que siempre me parece tan incómodo, tan desagradable a esas horas.
Salí y me vestí apresuradamente, levanté a Eduardo, mi primo por adopción, quién desde días anteriores y a sabiendas de lo importante que era para mí ese día, se quedó en casa a dormir para llevarme en una troca prestada al trabajo.
–¡Que rico, está nublado! –comenté yo y él asintió. Nos esperaba una larga jornada laboral.
–Hija, no se te olvidé tu credencial de elector –me recuerda mi mamá y me la da en la mano, la guardo en mi sostén; una mala costumbre heredada de mi abuela materna, pero efectiva en contra de asaltos y de pérdidas de bolsa, ese día no iba a permitir que nadie me la quitará.
El camino fue tranquilo, las calles vacías y un hermoso cielo cubierto de nubes grises.
–¡Mira! Está lloviendo. –me dijo Eduardo mostrando el parabrisas, sonreí para mí, pensando “Pero esta tardé saldrá el Sol”.
Al llegar al periódico, veo a todos mis compañeros ‘desmañanados’ en domingo, vestidos todos iguales, planeando, saludándose, contentos porque llevaríamos a cabo una estrategia de cobertura para la cual nos habíamos preparado durante los últimos tres meses. Sólo quienes han trabajado mucho tiempo por un proyecto, pueden entender la alegría extraña que se siente cuando este finaliza.
El jefe de los fotógrafos me lleva con él para averiguar qué está pasando en la calle y yo accedí. Nuestra primera parada, la casilla ubicada atrás de la Escuela Primaria Revolución.
–El presidente se enojó y se fue y nos dejó con todo esto, no sabíamos ni que hacer. Por eso abrimos tarde, pero ya nos acomodamos –relató para mí una de las funcionarias de casilla, enfadada por el berrinche de su compañero, por el cual abrieron casi a las diez de la mañana. –pero si apenas están abriendo, e instalando el lugar donde se emite el voto ¿Por qué ya hay papeletas adentro? –Es sólo una, de un señor que no se quiso esperar porque debía ir apurado al trabajo –replicó.
Y con eso salió mi primera nota del día, una fila de quince personas aguardaban su turno desde las ocho de la mañana, y los encargados de abrir apenas estaban instalando las cosas necesarias para permitirles votar.
De regreso al carro, una llamada de uno de mis colegas (por respeto no mencionaré el nombre de ninguno de mis compañeros, a excepción de que sea muy importante señalarlo). –Mi amor, ¿Estás trabajando? –era uno de mi colegas de otro medio, ¿De qué otra forma podríamos llevarnos si nos hemos visto todos los días desde hace tres meses? ¿Si hemos compartido ideas, tiempo, cansancio, asoleadas y otras cosas?, aclarando, sólo somos amigos, le respondí –Si mi cielo, dime ¿Qué pasa?
–Me están reportando que en la casilla 1885 llegaron 300 boletas menos de las que se requerían, te encargo que vayas a ver qué está pasando.
Pasé el reporte a mi jefa de información, y al jefe de fotógrafos, ambos se encargaron de hacer llegar a alguno de los reporteros al lugar.
–¡Cerdos! –mascullé por primera vez esa palabra en el día.
Nuestra segunda parada, la casilla 1672, donde empleados del Instituto Federal Electoral (IFE) se encontraban analizando una falla en la lista nominal. A dos horas de haber iniciado la jornada electoral, al menos cinco personas no aparecían en ella y fueron mandados a las casillas especiales, designadas a ciudadanos en tránsito, pero efectivas para todos los errores que ocurrieron ese día. Lo malo es que sólo 750 ciudadanos pudieron votar en cada una de ellas, el que llegó temprano pudo; el que no, sólo perdió su tiempo.
–Oye, en la casilla que está en la secundaria estatal 2 el lápiz no está pintando, te lo encargo. –Me dijo una señorita que acababa de salir de votar.
Nuestra siguiente nota, la encontramos pues en la casilla 1651, en el fraccionamiento El Dorado, donde los funcionarios aseguraban que los lápices no funcionaban y que a toda la gente que habían atendido hasta ese momento, tuvieron que prestarles bolígrafos. –¿Me permite? –le dije a la señora que nos había relatado lo anterior, solicitándole el lápiz asignado por el IFE para sufragar. Lo tomé, raye sobre un papel y marcó perfectamente.
 –Es que también se quejaban de que se acababa la punta –dijo, sonriendo, mientras uno de sus compañeros le decía “¡Pero si marcaba!”. Le agradecí su tiempo y me dispuse a escribir mi tercera nota.
Nuestra siguiente intervención fue en la Junta Distrital 02, donde funcionarios del IFE esperaban la llegada de una comisión conformada por elementos del instituto y representantes de los diferentes partidos, que habían ido a la casilla 1425 ubicada en Anapra, una de las colonias más pobres de la ciudad, a confirmar o desmentir la compra de votos.
–No se me acelere, todos estamos así, la denuncia no decía quien había comprado los votos, aún no sabemos qué pasó –me dijo el presidente de la Junta Local, con voz calmada, al filo de la una de la tarde.
Mientras tanto, en la sala de sesión permanente, donde se instalan los funcionarios en cada jornada para atender todas las quejas; todos eran amigos observando el partido de España contra Italia.
Comían galletas, tomaban café o refresco y hasta los militares encargados de salvaguardar las instalaciones del lugar, observaban el partido.
Al llegar la comisión, se indicó de manera oficial que no había ninguna anomalía y que el proceso electoral se estaba llevando, en ese lugar, de manera normal.
–Eso dicen, pero todos vimos como estaban saliendo de una casa a menos de cien metros de la casilla, ahí les estaban pagando por votar –me comentó el representante del partido Movimiento Ciudadano.
Ya en sesión permanente, el representante del Partido Acción Nacional dice –Sólo quiero que quede claro, que el secretario encargado de ir a atestiguar lo que pasaba, se negó a entrar a la casa donde se estaba realizando este delito, y se limitó a observar la casilla.
Entonces ya no todos eran amigos, el representante de Movimiento Ciudadano, del Partido del Trabajo (PT) y del Partido de la Revolución Democrática (PRD, coalisionado con los otros dos), secundaron dicha versión por separado y todo se hizo costar en el acta. Los representantes del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del Partido Verde Ecologista de México, sólo observaron.
Entonces, estos segundos, me informaron al declararse un receso de tres horas, a las 2 de la tarde: “Nuestro partido esta interponiendo las denuncias directamente frente a la FEPADE (Fiscalía Especializada Para la Atención de Delitos Electorales), ya denunciamos la compra de votos y un camión que estaba entregando despensas”.
 Un receso estaba entonces, ya lo dije, y me fui a comer. Aproveche para cargar la batería de mis celulares, para alardear sobre mi estado de estrés y para investigar cómo diablos iba a votar. Ya eran las 3 de la tarde y del periódico a mi casa son dos horas en transporte público, una de ida y una de regreso.
Un compañero me llevó corriendo en su automóvil, entré a la casilla vacía ubicada a espaldas de mi antiguo domicilio, que no queda a más de 3 minutos de mi domicilio reciente.
–¿A poco eres reportera Karen? –Me preguntó la señora de la tienda que en ese momento era funcionaria, viéndome con mi cara cansada y brillosa, mi cabello revuelto por el sudor, mi playera blanca y mi gafete acreditado por el IFE.
Voté, mi voto es secreto pero obvio, salí de aquel lugar y eran las 5:30 de la tarde, el cierre de las casillas era inminente.
Luego de que mi compañero tomara algunas fotografías de dicho suceso, regresamos al periódico, y de ahí, mi siguiente parada eran las instalaciones del PRI.
Ahí me encontré con al menos seis de mis colegas de otros medios, a los cuales vi con demasiada frecuencia durante los últimos tres meses, a los cuales ahora considero amigos y juntos hemos reído, maldecido, fumado y preguntado a más no poder; como buenos reporteros.
Adriana Terrazas Porras, líder del Comité Directivo Municipal del PRI, inició una conferencia de prensa. A sus lados se encontraban los distintos candidatos a diputados por los distritos con cabecera en esta ciudad, al igual que los representantes de campaña del aspirante a la presidencia, Enrique Peña Nieto.
“Sin caer en falsos triunfalismos, tenemos ‘carro lleno’ en ciudad Juárez y en todo el estado de Chihuahua. Este día inicia el cambio en México que permita mejorar las condiciones de vida de todos los mexicanos”, expresó y fue secundada por la algarabía de trompetas y gritos de una centena de personas que escuchaban, eran las 7:30 de la tarde.
Los reporteros nos vimos los unos a los otros, sabíamos que era un triunfo adelantado, pero también sabíamos que era muy posible que fuera oficial en las siguientes horas.
Cada uno de los integrantes de esa mesa dio algunas palabras de agradecimiento, hasta que llegó el turno de Octavio Fuentes, representante de la campaña de Peña Nieto en esta frontera.
“Nada más para decir que a quienes votaron por Enrique Peña Nieto, y a los que no, les recuerdo que él será su presidente”, expresó en tono irónico, y todos rieron y explotaron en aplausos.
Ya no había más que decir, como ciudadana me sentía decepcionada, pero como periodista debía seguir reporteando sin dejarme llevar por mis pasiones personales.
–No te enojes, nada pasará –me dijo uno de mis compañeros, amigo desde la universidad.
–Si me da coraje, de nada sirvió todo lo que hice durante los últimos tres meses, las personas siguen sin entender –dije algo así, o similar, estaba ofuscada por el ruido y no lo recuerdo del todo.
Un señor, moreno, con la piel maltratada por el sol, de 1.50 de estatura aproximadamente, con una playera sin mangas y mugrosa; nos preguntó: ¿Saben donde están dando las playeras? ¿Me pueden dar una?
De manera casi despectiva le indicamos que no éramos priístas, tampoco es que el hubiera sido muy educado en ese momento, de hecho nos cuestionó medio desesperado y grosero.
La gente llegaba, salía del edifico con una ‘soda’, una burrito o una playera, y se iba. Fue de esta forma que no se alcanzaron a llenar las sillas frente al escenario instalado en el cruce de las avenidas Lerdo y Galeana.
En él se presentaron artistas locales, de los cuales, a la única que reconocí fue a Lluvia Vega, amiga de una de mis primas, a quien conocí antes de que se hiciera famosa en un programa de televisión.
Fumé bajo un cielo anochecido, cubierto de nubes; condiciones que propiciaron un clima fresco y muy agradable, similar al de la mañana, pero tan distinto al sol que desafiamos durante las horas pico.
Comencé a sentirme sentimental poniéndole fin a una de las etapas más felices de mi corta vida laboral, sin ver todos los días a mis colegas reporteros de política, sin discutir porque un presidente u otro no era una mejor opción, volviendo a información general.
Después de eso, seguí sin comprender que fue de los millones de mexicanos que salieron a las calles a manifestarse en contra del futuro presidente de México; sin explicarme como hay personas que venden el derecho invaluable de tomar una decisión, por una playera o una orden de enchiladas.
Tanto se dijo en televisión, tanto se informó, tantas evidencias fueron mostradas y todo termino igual, la mayoría dijo: “Más vale malo por conocido, que bueno por ir a conocer”.
No logro explicarme como preferir a una persona que ha cometido tantos errores, cuyas propuestas no solucionan los problemas reales que enfrentamos todos los días.
–¿Qué vamos a hacer ahora? –me pregunté la mañana del 2 de julio, y mi ‘yo’ patriota me respondió: “Escribir, escribir y seguir escribiendo, que ese es nuestro trabajo y es lo único que sabemos hacer”.
Y eso hago.

Felicidades a todos mis colegas, que después se hicieron amigos míos. Muchachos, hicimos lo mejor. Gracias por enseñarme tantas cosas. 
Saludos a todos aquellos que se hacen llamar periodistas, pero este día siguen defendiendo lo que a todas luces fue uno de los más grandes fraudes de la historia de nuestro país. A ustedes, ¡Mil gracias! por enseñarme lo que no debo de hacer.

sábado, 12 de mayo de 2012

Manos vacías (Breve crónica de una soltería anunciada)




Ayer te despediste con un beso frío a un lado de la boca, justo antes de que iniciara mi tedioso camino de regreso a casa. ¡Qué asesino!
No dijiste a donde ibas, ni aseguraste volver; pero al entender que tu destino tenía el cabello largo, rubio y tormentoso, el corazón se me fue por la coladera de la esquina.
Y repentinamente, todos en la calle tenían las manos ocupadas.
Una chica en minifalda llevaba en su mano izquierda un helado de vainilla, presumida movía las piernas al compás de lo que llevaba en la mano derecha; un novio de metro ochenta que en otros tiempos me hubiera coqueteado al mirar mis ojos tristes, pero no lo hizo ese día.
Un hombre vestido de negro cargaba un portafolios negro y con él un montón de negocios, muy buenos  a juzgar por su cara satisfecha y su argolla de matrimonio en la mano izquierda.
El trayecto continuaba y una señora también tenía ambas extremidades ocupadas, cargando la responsabilidad de dos hijos distribuida en cada lado de su cuerpo; con cara de hastío vociferaba locuras maternas, enfundada en su delantal de guerra, floripondio y lleno de manteca.
Un auto azul frenó de improviso y cedió el paso a una niña que corría con un chihuahua amarrado de un lazo; y hasta el rosal de aquella casa verde y mugrienta, se encontraba enramado con un árbol.
Entonces, en un acto de valor decidí observar mis manos, no muy segura de que poder buscar en ellas.
“¡Ahora vuelo!”, me decía; “¡Nada me ata!”, me convencía; “¡Soy libre!”, me consolaba.
Un cigarrillo se rió entre mis dedos derechos; y un montón de ideas, de esas que solo suenan bien dentro de mi cabeza, me hicieron cerrar el puño izquierdo.
“¿Quién dijo que estaba sola?”, me pregunté con ironía, y la mismísima soledad me respondió con una carcajada. 

martes, 8 de mayo de 2012

No es el fin del mundo (Imposibles parte II)

No es que se esté cayendo el cielo negro sobre el suelo pardo, solo es lluvia, una ligera y fresca lluvia en mayo.  La feria se ha retirado ante la amenaza de tormenta, mis celos se me hacen bola en la garganta. No lloro, no grito, soporto, no es para tanto. Vomito. Me dolió más tu frívolo primer beso, tu distancia después de darte lo mejor de mí. ¡Que bueno que no me extrañas!,  no lo soportarías. ¡Que bueno que seas feliz!, ¡Que bueno que estes a salvo en sus brazos! Espero el sonido de las ranas y espero la espera de lo que no me esperará jamás. Sin saberlo aposté demasiado a una historia inédita y censurada. Ahora, en este drama, quisiera adelantar algunas páginas hasta el diálogo donde el productor me permite mandarte al carajo. No, no te odio a ti, sino al eco de tus besos que se filtran en la gotera del techo y me taladran la cabeza. "Te lo dije, splash, te lo dije", reprochan al caer en la cubeta. No es el fin del mundo, no es momento de sacar las tablas para construir un arca. Sonríes, eso es bueno, yo también lo haré, tal vez mañana, tal vez pasado, tal vez la próxima semana, o cuando vea un as de corazones en alguna parte. De mi no te preocupes, la feria por fin se ha marchado. Dormiré tranquila esta vez, sabiendo que he logrado amarte en tiempo record. ¡Eso si era magia! ¡Vamos! ¡Ella es una puta! ¡Tu un cegatón! ¡Yo una necia estúpida!, y definitivamente ¡Este no es el puto fin del mundo!

sábado, 28 de abril de 2012

Noticias Viejas



-Hola mija ¿Como esta?
Me saluda la señora que vende comida afuera de mi trabajo, al que acudo seis días a la semana desde hace casi tres años.
-Bien señora ¿Y usted?
Contesto con la mayor cortesía que me es posible, son las nueve de la mañana y no he dormido absolutamente nada. Ella se ve dispuesta a iniciar una plática.
-Bien, aquí, trabajando.
Sonríe y sonrío, espero por el compañero que saldrá a trabajar conmigo hoy. Una interrogante había quedado en el aire.
-Oiga, ¿Y su novio?, hace tiempo que no lo veo
En una fracción de segundo se me ocurren mil maneras de responder a eso. ¿Cuál novio? ¿El que tenía?, seguramente se debe referir a él. Ese que trabajaba aquí junto conmigo, que rozaba sus manos con las mías cuando nos sentábamos juntos.
El flaco deprimido que encadenaba su cintura a mis brazos y que siempre, siempre, estaba a mi lado.
Ese pseudo-hombre al que adoré con la más grande de mis locuras. Que me besaba en todos lados con su boca de azúcar.
Ese tonto que a veces no sabía como escribir.
Ese tarado, inseguro, maniaco, que me abandonó por que decidió que no era lo suficientemente buena para él. ¡Bah!
El pendejo ese que me dejó por otra estúpida, de la cual me dijo que estaba enamorado por que era más culta, inteligente, agradable y delgada que yo.
¿Sabe? Ella lo dejó a la semana siguiente en que él me rompió el corazón.
Ahora tiene una novia, una cristiana bisexual y suicida, come santos y caga diablos, la cual dice él que es hermosa, pero yo ahora la veo tan opaca y desabrida como él.
¿Sabe? me costó mucho poder olvidar todo eso, como un año masomenos.
Sí, hace un año pasó eso.
Sigo en el mismo lugar, rodeada de la misma gente, pero él ya no esta conmigo, ya ni siquiera trabajamos en el mismo turno. ¿Será por eso que ya no lo ve?
Aún lo amo, pero es diferente ¿Tendría algún sentido explicarle eso?
Finalmente nuestros caminos ya están muy apartados y nuestra relación era tan evidente que en ocasiones como esta me pregunto ¿Cuánto tiempo pasará hasta que me deje de seguir su estigma?
Pero no tengo tiempo de contarle todo esto, ni tengo ganas, ni le tengo tanta confianza, usted limítese a venderme comida.
-Por ahí anda, trabajando.
-Me lo saluda
-Seguro

martes, 10 de abril de 2012

Hasta que llegues



El duendecillo triste de mi ser de posa frente a la ventana. Observa la lluvia caer y acaricia su larga cabellera marchita y sin brillo, empapada de melancolía. Se come la uñas de la impaciencia y se tranquiliza aspirando el aroma de la tierra húmeda.
Su cara pálida muestra unas enormes ojeras. Emite un profundo suspiro cada cinco minutos.
Jamás había perdido el sueño por nada y hacía mil noches que no recordaba lo que era amarte a distancia, que no pensaba siquiera en volver a verte, pero ahora… ahora piensa y reflexiona en cada célula de tu cuerpo, impresas cada una en una serie de recuerdos sin número de folio, en el expediente de lo que nunca se ha resuelto.
Navega en el interior de ese sentimiento que ya no recuerda como surgió pero que no ha muerto del todo, a pesar del tiempo perdido, a pesar de la búsqueda frustrada y ociosa de la felicidad en otros lados.
La tarde muere y él sigue posado frente a la ventana, observando la lluvia caer.
La tormenta es horrible, ¡Tenebrosa!, ¡Maléfica! pero, aunque asustado, no quiere que termine.
Alberga la esperanza de que dure lo suficiente, hasta que llegues; entonces tendrá el pretexto perfecto para acurrucarse en tus brazos y refugiarse hasta el amanecer.

martes, 27 de marzo de 2012

Mi compromiso



Aún recuerdo la primera vez que te vi sonreír, con la vista perdida no sé en donde y la voz pausada guardándose no sé cuantas palabras. Tengo presente el temblor de tu boca cuando me hablas y el brillo de tus ojos cuando me miras, siento el estigma de tus labios cerca de los míos, besándome fríamente en la cara.
Y así como me vez de golpeada, aún tengo fuerzas para defenderme de mi propio ataque de seducción que rebota en tus manos de concreto cuando me acerco a ti.
Por eso, te juro que no te tomaré en serio nunca.
Si me dejas estar contigo.
Te doy mi palabra de que jamás imaginaré tus manos apretando las mías, caminando por el parque a la luz del sol moribundo de la tarde.
Jamás insistiré en llamarte mío solo por el placer morboso de que el mundo nos vea como uno solo. No perfumaré tu camisa con mi fragancia, no desperdiciaré mis poemas en tus oídos.
No extraviaré mis besos en tu piel, me los llevaré cuando te vayas. Si prometes regresar, te juro que no te llamaré a media noche para oírte, ni te escribiré mensajes plagados de clichés. A esa hora probablemente estaré dormida, soñando tonterías.
Tampoco voy deletrear tus letras en las hojas de mi libreta de reportera, es sabio ahorrar papel en tiempos de crisis.
Me comprometo a nunca presentarme ante tus padres, ni llamarte “mi novio” frente a mis amigos. Nadie sabrá de nuestros encuentros furtivos, nadie conocerá nunca a que saben tus lunares… si me dejas probarlos.
No voy a suspirar cuando escuche tu nombre, ni voy a soñar despierta cuando escuche a Arjona… tal vez cuando escuche a Zoe, en sus canciones que hablan sobre planetas y universos.
Ni creas que voy a pensar en ti todo el tiempo, sólo un poco, en las mañanas, cuando amanezca con ganas, o con resaca. Luego me levantaré y seguiré con mi día
Mi vicio del cigarro sobrevivirá, quizá cuando te vea me perfume las encías.
Tu libertad estará intacta, serás libre de decir “Ya Basta” cuando así lo desees. No creas que te detendré, no me gusta correr detrás de nadie.
Cuando te bese, no lo haré con amor. Cada caricia que recibas de mi será mera urgencia transformada en dedos. Si mis pupilas se dilatan se deberá a la poca luz que habrá en la habitación.
Si mis manos tiemblan es por que estaré excitada de tenerte frente a mí. Ya sé, de repente puedo recargar mi cabeza sobre tu torso desnudo y tu corazón me empezará a hablar con latidos, pero no significa nada, ¡Te lo juro!, es sólo que estoy cansada.
Quiero que vengas y entres y te vayas. Si te gusta, ¡Regresa!, sino te gusta ¡No vuelvas!
Eso sí… antes de irte, apaga la luz y llévate cualquier migaja de cariño, finalmente, no las necesito.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Eutanasia suicida


Ahí estaba ella, dormida sobre el colchón, con el cuerpo pálido y rechoncho desnudo, era una noche calurosa y en la habitación no había ventilador. Estaba boca abajo, respirando con su boca abierta, tantas veces besada.
Desparramada, con las carnes magulladas y cansadas, en una cama dura de sábanas blancas.
La verdad es que ya me estaba hartando de ella, tan loca, tan rara, tan deprimida siempre. Tan resentida con una sociedad que no estaba creada para soportarla, tan rodeada siempre de hombres que no sabían valorarla. Y ahí estaba yo, valorándola por todos ellos.
La gente dice que no la amaba, pero la gente suele ser muy estúpida en estos casos.
Sí alguien la amó, fui yo. Yo y uno que otro de aquellos amantes inadvertidos que entraron a su cuarto violando la cerradura de su amargura. Pero ninguno más que yo.
La pobre había llorado mucho, pero me había fastidiado otro más. Sus arranques infantiles, sus llamadas al celular, sus mensajes en la computadora y sus bizarras cartas de amor. Todo en ella me parecía tan insoportable en ese momento, que entonces accioné el dispositivo en mi cerebro que me llevaría a asesinarla, pero no sin antes, hacerle el amor una vez más.
Una amalgama de ternura y asco se revolcaba en mi garganta y entonces empecé a tocar su cuerpo femenino.
Me incliné sobre ella y le acaricié el cabello castaño y descuidado. Tan largo como lo eran sus pesares, tan maltratado como sus ideales. Entonces posé mis labios fantasma sobre su cuello, blanco, delicado, con olor a tabaco y a incienso.
–¡Maldita Bruja! –pensé, y seguí besándola.
Pasé mis manos de aire por sus minúsculos senos, iguales a los míos, por su cintura amplia y su entrepierna. Tan grotesca era aquella mujer que estaba bajo mi cuerpo gris, que no pude hacer otra cosa más que ignorar mis ganas de vomitar y seguir adorándola, por última vez, como nadie lo hacía desde hace mucho tiempo ni con ella, ni conmigo; y como nadie lo volvería a hacer.
Pasé mis uñas mordidas y filosas por sus muslos gruesos y arañados, bajé hasta sus píes y la seguí besando sin dejo de deseo.
Tan mía era y tan desagradable me parecía. Pero era mía, sólo mía, para mi odiosa desgracia. Solo las dos nos pertenecíamos, no había ningún hombre de por medio que nos salvará de la tediosa costumbre de enloquecer de pasión en la penumbra.
De mis dedos lagos hice tijeras y en un arranque de lujuria le atravesé el vientre.
¡Ah, que grito tan delicioso salió de su garganta dormida!
Con voz marchita imploraba piedad al vacío.
Fue tanto su dolor que quedó desmayada, con la boca torcida y el ceño fruncido.
En un segundo movimiento le corté la garganta y volvió a despertar, esta vez en la peor de sus pesadillas.
Toda ella estaba llena de sangre y luchaba conmigo sobre la cama, me daba zarpazos de gata herida, pero solo tocaba el aire y la nada.
La tomé de las muñecas, la sujeté a la cama y la besé con la lengua. Ella gritaba y lloraba más de lo que lo había hecho antes en toda su vida. Esa vida que compartí con ella y en la que nunca pude satisfacerla.
No hablaba, solo aullaba y yo la escuchaba y reía.
Sin fuerzas, se arremolinó sobre mis piernas, me vio a la cara, distinguiéndola en la oscuridad por primera vez.
–Gracias –me dijo con el último hilo de voz y me desprendí de ella para siempre.
Jamás volví a ver la sonrisa de la mujer que yo misma era. Y nadie puede decir que me autocompadezco, terminé con su dolor y terminé con el mío.
Desprendida de ese cuerpo, floto desde entonces en el universo. Sin amor, sin sonrisa, sin besos robados ni anunciados, sin caricias prolongadas y sin daños a terceros.
Quien diga que los muertos no existimos, es que no comprende el significado de la vida misma.

viernes, 16 de marzo de 2012

Crónica de una mala noche



10:30.- La loca se encuentra acostada sumergida a media luz, sus pesadillas han regresado y le es imposible dormir en la penumbra. Sueña con fantasmas que quieren comerse sus orejas y ahogar sus gritos de manera telekinésica.
11:00.- La televisión habla sola, se transmite el noticiero con sus malas y aburridas noticias de siempre, la loca escucha de un niño que mató a su perro mientras jugaba a ser sicario en la colonia Altavista.
Ella sólo quiere dormir, pero no puede dejar de observar el techo blanco de su habitación azul. Se acuesta de lado y se toca los brazos, se descubre algunas marcas de acné en su piel.
11:24.- Su cabeza duele, esta rota, desde mucho tiempo antes de que naciera. No esta cuerda, nunca lo ha estado. Lo odia todo, empezando por él. Ese que la besó y la dejo plantada amándolo en silencio. Se odia a sí misma, por ser tan anormal, por ser tan incomprendida y tan desequilibrada. Frágil.
Odia el transporte público, la ropa interior ajustada y los cepillos rojos con los que debe peinarse todos los días.
Odia tener que llegar a casa siempre, odia los mismos caminos que conducen a los mismos lugares.
11:38.- Su madre llega y la abraza por la espalda, le dice que todo estará bien. Pero mamá cordura no sabe de locuras.
–¿Crees que somos muy diferentes? –pregunta la loca
–Creo que eres muy negativa, tienes todo para ser feliz y no lo eres –responde la señora.
Pero no es verdad. La loca no tiene nada de lo que desea. No tiene la libertad de andar descalza por el mundo, tampoco puede andar desnuda e incluso se avergüenza de su propio cuerpo.
No tiene el premio Nóbel de literatura ni tampoco tiene el traje de superhéroe rosa que tanto deseó cuando niña.   
La loca no tiene amores agradables, no tiene sonrisas que ofrecer a los pobres de la calle. No tiene agallas para suicidarse, no tiene fuerzas para vivir.
Batalla para levantar los pies al caminar y para despertar con los rayos del sol por la mañana.
No tiene hambre, ni frío, ni sed. No tiene llaves para llegar a su casa en la madrugada. No tiene la libertad de abrazar a su propio perro por que la llena de pelos y estos son asquerosos para las demás personas.
1:48.- Ahora mismo quiere un cigarro, pero no puede prenderlo dentro de su cuarto. Un recinto que debería ser sagrado e impenetrable, como su mente, pero que ni siquiera puerta tiene y cualquier persona puede entrar a juzgarla de negativa.
2:00.- La loca espera la muerte, cruza los brazos sobre su pecho y se acuesta boca arriba, su abuela decía que siempre que alguien dormía en esa posición, se invocaba a los espíritus del inframundo.
–No duermas así, llamas a la muerte
Y la loca –entonces inocente –se inclinaba a un costado.
Pero ahora, no podía contener sus enormes ganas de morir y desafiando este consejo se acuesta justo de esta forma.
–¡Ven por mi! ¡Llévame contigo! ¡No quiero vivir!
Susurra la loca.
Pero la muerte no llega. Se ríe la culera y aplaude el episodio como si fuera la mejor de la comedias.
2:29.-Desesperada, se levanta, toma un lápiz y le escribe poemas en las paredes. Comienza a bailar con saltos.
Quiebra el televisor de una patada y abre la ventana para tomar aliento, entonces comienza a sonreír.
Sólo para entretenerse, canta tan fuerte que se despiertan los vecinos. Su perro aúlla de alegría a una luna redonda y llena, entonces la loca se hinca de piernas y de brazos a aullar junto con él.
Aúlla con el alma libre de albedrío, con la risa maquiavélica en el orgasmo de la libertad.
2:46.- Corre al baño, toma unas tijeras y corta su cabello negro. Cada mechón, un aullido más, un nuevo grito de placer.
Todo a su alrededor se disuelve, las cadenas de obediencia ciega, el uniforme de amor incondicional y el bozal para no decir imprudencias. Sola, feliz y loca, mundanamente desquiciada. Sin familia, sin pasado, sin daños a terceros que lamentar.
3:23.- La loca recoge su cabello del suelo, lo forja en un papel amarillento y empieza a fumárselo.
3:53.- Entonces sucede, llega la muerte con su traje negro y sucio a llevarse a La loca de una fiesta que no quiere irse.
La loca grita y siente como la piel se le desprende del cuerpo en una explosión que sucede dentro de ella. En un segundo aprecia el movimiento de su carne roja salpicándolo todo. Sus ojos casi caen al suelo fuera de sus cuencas…
4:59.- Entonces yo logro despertar, mojada de sudor y sofocada por las cobijas, un minuto antes de que suene el despertador.

  


jueves, 1 de marzo de 2012

Te tengo como yo quiero




No me mires con los ojos entrecerrados.
Soy real, no soy un sueño.
Si lo fuera, entonces sería una pesadilla, la peor que has tenido.
No soy tan bonita como para dejarte con la boca abierta, pero me gusta que la abras, me gusta meterte la lengua.
Mi placer es seducirte y hacer que caigas en los abismos  que quieres caer, también en los que estas evitando.
No me ignores, aquí estoy, agarrándote del pantalón, forcejeando con tu embriaguez, ¡Bésame!
Bésame así, como no lo haces en público, como no me has besado antes.
Muérdeme la boca, tócame donde nadie puede, así por encima de la ropa, como si fuera prohibido, ¡Mmmm! así.
¡Sigue!, ¡No te detengas mi adorado demonio!
 Arráncame quejidos involuntarios
–¡Ah!…
¿Me escuchas? Lo estoy disfrutando
Siéntame en tus piernas, soy tu muñeca, juega conmigo.
No me quites las manos de tu entrepierna, me gusta dejarlas ahí. Déjalas explorar a las traviesas.
–No hagas eso, después no me vas a aguatar.
¿Bromeas?, si eso es lo que quiero.
Vamos, inténtalo, acaríciame con las uñas, jálame el cabello, hazme estallar en gemidos
–¿Hacer que?
Me gusta meterme tus dedos a la boca, me gusta la cara que pones, me gusta verme en tus pupilas dilatadas
¡Si te confesara que poso desnuda para ti frente al espejo!, ¡Que en las noches sueño con este momento que quiero aproximar!
–¡Ya basta!  Mira como me tienes
¿Es una súplica o una petición formal?, te tengo como yo quiero, debajo de mí. Tu me tienes como muchos quisieran, pero a mi no se me nota ¡Já!... te tengo, eso es lo que importa
–¿Cómo?
¿Qué estas esperando? Pídeme que haga lo que quiero hacerte. Quiero hacerte todo, quiero que me adores, quiero que grites mi nombre y que al terminar no recuerdes otra cosa.
–¡Ya!
¡No quiero! Me gusta demasiado…pero tu indiferencia ha terminado por convencerme.
–¿Por qué?  
–Por que no podemos hacer nada ahorita
–¿No quieres ver lo que tengo debajo de la ropa?
–Si no te quedas a dormir conmigo, no
–No puedo
–Si puedes
–Perdóname  
Para la otra no te me escapas…

martes, 28 de febrero de 2012

Quererte es cosa de genios

Mi coeficiente intelectual es de 110, según una prueba no oficial de la Internet. Esto me coloca en una posición ligeramente encima del promedio. Fui el orgullo de mi generación en secundaria y constantemente he sido elogiada por mi capacidad para resolver problemas. Algunas personas disfrutan de las historias que escribo, otras de los chistes vulgares que cuento. Otras más piensan que por  ser periodista lo sé todo, aunque mis editores creen que no sé nada.
Dicen que digo cosas raras, que uso palabras extrañas y que suelo pensar demasiado. Me gusta jugar sudoku, aunque nunca pude armar por completo un cubo de rubick. Me obsesionan los acertijos y de vez en cuando leo la mente.
Solo por eso las personas suelen llamarme inteligente, no hagas caso de nada.
Son tan pendeja que olvido las cosas en cualquier parte, me asaltan en medio de un centenar de personas y no reconozco el coche de mi papá a más de tres metros de distancia, aún cuando lo haya visto mil veces.
Olvido el nombre de las personas a quienes recién me presentan, justo después de que me lo digan. Tengo tres años trabajando como becaria en un periódico que usa mi trabajo como relleno de impresión.
Soy tan idiota que hablo con los desconocidos que se dirigen a mí, cuando camino por las calles de la ciudad más peligrosa del mundo. Soy tan torpe que tartamudeo cuando me pongo nerviosa, o cuando quiero decir demasiadas cosas al mismo tiempo.
Mi mente es pequeña frente al universo de la belleza y la cosmética, confieso que no sé usar sombras para los párpados, ni tacones altos; y eso que ya tengo 22.
Sea dicho de paso, no sé manejar, es más, ni siquiera sé andar en bicicleta; apenas soy capaz de caminar sobre mis converse apestosos sin tropezarme o caerme frecuentemente.
Olvido hacer los favores que me piden mis amigos más cercanos y una parte de mí cree que los vampiros si existen, no como Edward Cullen, tal vez como Lestat.
Me gustan las caricaturas, me río de cosas a las que solamente yo les encuentro gracia y me enojo casi por cualquier trivialidad.
Añado que me corren de mi casa cada que llegó después de las doce.
Pero lo más peligroso de mi retraso mental es que soy la típica chica tonta que enamoras con un beso.
Tan inocente que te espera el tiempo que tu le digas y el que no. Tan inútil que a veces no sabe descifrarte y se desespera solo por el hecho de que existes.
Tan sugestionable que cada cinco minutos encuentra algo en su ambiente que le recuerda a tí, y entonces se pone a escribir cartas sin sentido.
Puedes hacerla llorar con el menor de tus desplantes y puedes hacerla feliz solo llamándola de esa forma en que lo haces.
Tan mediocre que es capaz de mandarte un mensaje en la noche, pero jamás te llamará sin previo aviso.
Soy la estúpida que convences con palabras y versos bonitos, que deja pasar por alto tus conflictos y que se arrodillaría ante ti si se lo pidieras, sólo por la forma en que la miras.
Soy tan imbécil que pudiera ofrecerte mi vida entera mal envuelta en listones de colores, que pudiera desafiar todo lo que ya conozco sólo por estar contigo, una vez más cada vez.
Tan infantil que sonríe cuando piensa en tus labios, y todos le preguntan por que.
El colmo de mi ineptitud es que me encuentro orgullosa de todo lo anterior, de estar sentada en éste lugar, esperando a que me llames, o que no me llames, con media sonrisa en la cara y mi pierna moviéndose de arriba para abajo.
Estoy feliz de ser la estúpida que toma el riesgo de luchar por ti. De esforzarse por conquistarte de una manera diferente cada día, aún sabiendo que lleva todas las de perder. De regalarte sus letras, sus besos, sus mimos y sus ojos, que son lo único bonito que tiene.
Que es capaz de tener hijos tuyos, o de no tenerlos jamás.
No le pidas que piense, ella sólo sabe sentir, aunque ni para eso sirve.
Por favor, tenle paciencia y llénala de besos cuando la veas, esa tonta esta loca por tí.

viernes, 24 de febrero de 2012

Lo que no te dije al colgar


Estoy quemando un “Te quiero” en los labios. Lo tengo apretadito en los dientes, no lo pienso dejar ir.
Es difícil hacerlo para mí, y para tí. 
La gente dice que es demasiado pronto, la experiencia me indica que es extremadamente arriesgado y la cordura señala que es una locura.
Así me has dejado, con un “Te quiero” preso político de mi miedos y prejuicios.
Ni yo misma se muy bien que significa esa expresión. Quizá porque “Te quiero” en muchos sentidos.
“Te quiero” para mí, de esa manera egoísta con la que un niña desea una muñeca para sí misma.   
“Te quiero” para despertar contigo una mañana gris y calentar mis pies entre tus piernas durante la madrugada, antes de irme al trabajo.
“Te quiero” para que me beses, me abraces y me mires cuando estoy triste y cuando estoy feliz.
“Te quiero” a un lado mío para gritarle al mundo que se equivoca y que todo lo que me importa lo llevo siempre conmigo, amarrado a tu oscuro recuerdo cuando no te veo.
“Te quiero” para enjaularte en la cárcel de mi cuerpo y tenerte prisionero hasta que se me dé la gana. 
“Te quiero” para que quieras estar conmigo, para que disfrutes de mis tonterías.
“Te quiero” para quererte, así, como eres. Para satisfacerte, para agradarte, para hacerte reír, para observarme en tu ojos cuando inclinas la cabeza frente a mi, para verte fumar, para verte hablar y decirme “Te quiero”.
Pero quizá tu no mereces nada de esto y prefiero callar y decirte buenas noches.
Una sensación nauseabunda empieza otra vez a distorsionar mi realidad, inicia por mi estomago y recorre todo mi sistema ...otra vez. Debo dejar de escribir.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Una consulta familiar


Mi madre me ha leído las cartas y éstas han mencionado tu nombre en cada naipe. Yo les dije “¡Mienten!, ¡Mentirosas!” y sus damas españolas se rieron de mi indignación.
–Hay un hombre moreno claro, pensando mucho en tí, amándote en las noches, lejos de tu casa –mencionó mi psíquica particular. Entonces un coro de damas, acostadas en aquella mesa negra con olor a incienso y almendra, me gritaron: “¡Es él, es él!”.
Mi corazón se convenció y mi cerebro reaccionó “¡No seas pendeja!, estamos en México, la mayoría de los hombres son morenos”.
–Este hombre piensa en hacerte un regalo, tiene un pasado tormentoso y muchos problemas, principalmente económicos, son esos problemas los que lo alejan de ti –las vocecitas gritaron y se rieron de mi cara roja y mi lógica me indicó que este mes cumplo años, que cualquier buen amigo quisiera regalarme algo y que debido a mi condición de clase medio-jodida-completa, todos a mi alrededor tienen problemas económicos.
“Lo sabía, es él, te ama, te amo, desde que te vio”, gritó una vocecita en mi oído derecho. Entonces fui yo la que me reí a carcajadas y le pregunté “¿Qué es eso del amor?”
–¿Sucede algo? ¿De que te ríes? ¿No me crees? –dijo mamá enojada, pensando que me burlaba de ella, cuando realmente lo hacía de la terrible y sarcástica batalla que se desarrollaba fuera del alcance de sus ojos clarividentes, entre mi cordura y mis demonios benditos y desequilibrados.
–No, no es eso, dime ¿Qué más te dicen de él? –le respondí.
Entonces, el as de bastos surgió entre los cartones desgastados de augurios y promesas que conforman la baraja en función, eso sólo significaba una cosa –Te dicen que tendrás relaciones sexuales con él, pronto –La profecía me hizo enrojecer aún más y sonriendo para mis adentros me dije “Ojala”
–Es todo –me dijo de momento y posó sus ojos en mí, a la expectativa.
“¿De sus ojos profundos no dicen nada? ¿De sus cejas, de sus labios gruesos, de su tosca y adorable sonrisa?... ¿Nada?... Y ¿Qué hay de la forma en que me desvanezco cuando lo escucho que me habla? ¿No me dirán nada de por que lo extraño tanto en las mañanas? ¿Y como le hago para agradarle? ¿Cómo le hago para no aburrirlo jamás? ¿Cómo le hago si él no siente lo mismo? ¿Cómo le hago si las cosas salen mal?”
–¿Preguntas? –me cuestionó mi médium, mis ojos estaban llorosos de intensidad y los naipes seguían riéndose de mi vulnerabilidad
–No, así esta bien… bueno, solo una –medité al instante y explique que quería hacerla en la mente… las burlas poco me importaban a esas alturas de la consulta y les pregunté que si me querías o si me querrás.
–Las cartas dicen que si, aunque te parezca imposible, aunque creas que no puede ser verdad y por muy difícil que eso parezca y mucho más de lo que crees –Mamá no supo que pregunté, porque lo hice en silencio, por eso no supo cual fue la razón de mi repentina sonrisa. Quería que le dijera, no se lo dije ni se lo diré… igual no creo en estas cosas.     

martes, 14 de febrero de 2012

Lo que pensaba a diez centímetros de tu cara


En la claridad de la embriaguez me has presentado un dilema terrible. Se encuentra ahí, estampado en tus labios gruesos que me hablan como si me conocieran y me derriten con esa tosca melancolía que tanto me gusta.
Es por eso que me he agarrado de tus piernas y me he lanzado al vacío en un beso urgente e inesperado.
Si me quedo en el fondo abismal de tu paladar, quizá no vuelva salir jamás; pero si me alejo, haciendo alarde de una cobardía que desconozco, quizá me pierda la oportunidad de conocer esa verdad que estoy buscando.
Cuando ambas alternativas poseen la misma cantidad de beneficios y sacrificios, no hay una respuesta obvia.
Morir o morir. La única diferencia es caer inerte en tus brazos o en el sepulcro de la soledad, que ya me es tan familiar que hasta me parece cómodo y apetecible.
¡Que abominable situación con pies, cabeza y testosterona tengo sentada frente a mí!
Tiene nombre, sí, pero prefiero recordarlo poco. El suicidio no es opción cuando ya no se esta vivo.
En lo que me decido… ¡Acércate un poquito!, ¡Vuélveme a besar!

domingo, 12 de febrero de 2012

Me siento sola


Hay ciertos momentos en los que la soledad parece irremediable. Puedo estar rodeada de gente pero literalmente, estoy sola. No hay nadie aquí que escuche mis trivialidades ni algo que impida que el viento helado penetre en mi piel.
No es triste ni doloroso, pero es incomodo no tener con quien charlar. Literalmente hay varias personas a las que pudiera acudir en este momento y decir: ¡Hola! ¿Cómo estas? Pero ninguna de ellas responderá con su voz barítono encarnando palabras con ese acento de sabelotodo, esto me decepciona antes de siquiera intentar buscar un poco de compañía humana.
Y es mejor que me vuelva huraña y desafíe a la soledad aceptándola, la ira reclama su nombre si las palabras que escucha no son de él.
Respondo con monosílabos y me vuelvo sorda a las palabras de los demás.
La gente me mira y piensa: “Pobre, debe pasar por un momento muy amargo para traer esa cara de sufrimiento”.
Llorar en el transporte público se ha vuelto una costumbre para mí y no ha faltado –o  debería de decir, ha sobrado –la voluntad de quienes quieren remediar mi soledad.
Se acercan y me hablan de un Dios que todo lo puede y que me ayudará sea cual sea mi problema. Como si Dios tuviera un remedio para los costales rotos.
Entonces procuro calmarme, fingir rendición y volver a quedar sola, para blasfemar contra ese ser que supone existir pero me deja abandonada en medio de la nada del todo.
“¿Es tu morboso designio el que yo este sola sin él?”, cuestiono al cielo a gritos inaudibles, y éste nunca me responde.
Mi madre reclama atención y al no ver respuesta me da mi espacio, mis amigos están cansados de mis letanías frecuentes y me cambian el tema o me ignoran, mi almohada humedece y me roba el sueño y hasta el estupido espejo me dice que me veo sola. Tan sola, sin él.
Sin esa cara de estúpido contándome de ella –la otra estúpida –, sin sus ojeras horrorosas suplicándome atención barata, sin su barba rala y descuadrada con la que intenta ocultar sus facciones de mujer fea, sin sus patéticas costillas, sin su panza flaca, sin todo lo que es él y que alguna vez amé.
Ese perro cobarde se fue y ha dejado de ladrar al lado mío, haciendo insoportable el silencio de su ausencia.
Una palabra… tan sólo una palabra bastaría para que yo me sintiera acompañada este día.

jueves, 9 de febrero de 2012

De: Mi, Para: Ti


He hecho un largo viaje desde lo más profundo de mi conciencia. He cruzado ríos de decepción y montañas de amargura. Todo sólo para presentarme hoy ante ti, y pedirte que me dejes hacer patrones divertidos en tus pecas color ámbar.
Cuando sonríes se iluminan y son como una constelación que capturan mi mirada y hacen que me olvide de las cosas que no importan.
Enfocada en esas estrellas cafés pegadas a la pared pálida de tu rostro, el tiempo transcurre despacio y hago mil combinaciones imaginarias de texturas, colores y formas.
Hipnotizada, intento recordar, sin éxito, cual fue la última vez que me sentí tan segura, tan tranquila y tan feliz.
Entonces recargo mi cabeza en tu hombro y pienso, no siempre en voz alta: ¡Hay amigo, te quiero demasiado!
Aunque te diga cosas que nunca recuerdes, aunque paciente escuches mis problemas y nunca tengas una buena respuesta, aunque no siempre estés conmigo, Amigo: ¡Tu compañía es de las cosas más lindas que suceden en el mundo!
He hecho un largo viaje para llamar tu atención. Cuando tú puedes hacerme feliz sólo con estar sentado a mi izquierda, yo no puedo hacer nada para devolverte el favor. Nada, nada más que contemplar tu mirada en el infinito, pensando no sé que cosas y callando otras. Mi confidente de rostro tranquilo, que se presenta entre nubes grises, cuando puede, y me hace la vida sonriente: ¡Se feliz con estas líneas!


domingo, 5 de febrero de 2012

La niña más hermosa del mundo


Ahí estaba en una esquina, con un pantaloncito rojo y un suéter que hacía juego, casi acostada en el asiento verde del autobús de pasajeros ruta Juárez-aeropuerto. Inmersa en la penumbra, yo estaba frente a ella y con la mirada cuestionaba ¿Qué enfermedad tendría en su cara fea?
Paradójicamente, la única luz dentro de esa deplorable limosina pública se colocaba sobre su cabecita deforme, el resto de los usuarios estaban inmersos en la oscuridad de las diez de la noche, que sobre el transporte público se vive de una manera diferente.
Sus ojos saltones apenas alcanzaban a ser cubiertos por sus pálidos párpados y su nariz era una protuberancia, apenas visible, con dos orificios.
Dudo que la nena ignorara eso, pero el movimiento sobre las avenidas principales de la nocturna ciudad la arrullaba y no prestaba atención a los murmullos de su alrededor.
Viajaba ignorante de lo que ocurría en los demás asientos, donde no había luz, donde la gente se fijaba en ella y uno que otro idiota se preguntaba ¿Por qué estará tan fea?
Sus padres viajaban en un lado, abrazados. La madre se veía cansada y miraba distraída por la ventanilla izquierda. El padre, al contrario, se mantenía alerta de su tesoro y respondía con ojos de puñal las miradas invisibles y morbosas que se dirigían al único lugar en el que algo se podía ver.
– ¡Que gente tan pendeja! –Pensaba yo, pero algo me atraía y seguía observando su piel rosa y su cabello rubio –Si no estuviera malita sería una niña muy bella –repetía una y otra vez.
La niña se estremeció y despertó por completo. Solo entonces me di cuenta que a su lado se encontraba su hermanita, que tendría un año más que ella. Ésta se incorporo al escuchar a la niña fea.
–¿Estas bien? –preguntó la pequeña, al mismo tiempo que la abrazaba y le tocaba las cara con las manitas de porcelana morena. Con caricias la adormeció de nuevo, la colocó sobre sus piernitas de popote y le tocaba el cabello como si fuera la más hermosa de sus muñecas.
–¡Bajan! –grité y bajé avergonzada del autobús. Me sentía conmovida ante esa imagen que hasta la fecha permanecía anónima en mis recuerdos. Bajé apresurada por que era tarde. Bajé pensando en la suerte que tenía por haber conocido a la niña más hermosa del mundo, pero lo estúpida que era por tener que pedir prestados los ojos de una amorosa niña para poder notarlo.

sábado, 4 de febrero de 2012

Locuras de una tarde de febrero



Soy tan leal a mis propias convicciones, que si me encuentro en una juguetería frente a una fila de peluches bien alineada sobre un estante, me decido por el que esta en el suelo. No por lástima ni por simple contradicción, sino por que ese es el único elemento que tiene la fortuna de ser diferente a los demás.

Las personas escuchan y leen sólo aquello que desean, no se dan cuenta que vivir es como crear un gran mural, mismo que te esmeras en formar cada segundo de tiempo.

Vivir es tedioso, a veces cansado y un poco aburrido, además de que es una tarea que no sabes cuando tendrá fin. Es por eso que muchos deciden usar las plantillas ya diseñadas por alguien más y "personalizar" el trabajo con recortes de sonrisas falsas y tradiciones burdas.

Yo un día me di cuenta de todo eso y analicé cada una de las plantillas que se encontraban a mí alrededor. No quise ser una madre abnegada, tampoco quise ser una hija complaciente. No quise ser una mujer vanidosa y ególatra, tampoco quise ser de las estudiantes brillantes y alabadas por todos. Ninguna me convenció del todo, por que entre más me integraba en una sociedad que no era hecha para mí, más sola y desubicada me sentía.

Fue entonces, sólo hasta entonces, cuando decidí dejar de adaptarme. Hasta el momento las personas no se dan cuenta cuando sonrío y solo se limitan a decirme “amargada” cuando lloro. Mis jefes no me dicen cuando hago algo bien, solo me regañan cuando algo sale mal. Mis enemigos no fingen cortesía cuando la necesito y se presentan encarnados en demonios de humo cuando más ganas de golpearlos tengo.

¿Quien quiere ser como ustedes los cuerdos?, yo dejé esa terrible obsesión hace mucho tiempo.

Es por eso que decidí hacer este espacio, que no espero que sea leído por nadie, pero al menos tendré evidencia que me recordará que decir la próxima vez que alguien me llame loca.