Eran las 6:07 cuando abrí los ojos la mañana del 1 de julio del 2012.
Suelo ser muy impuntual, es uno de mis defectos, pero ese día era
importante para mí y la hora lo era más.
–¡Se me hace tarde! –exclamé
medio dormida y me apresuré a levantarme. Sin meditarlo corrí a la
regadera y desperté por completo con el chorro de agua fría que siempre
me parece tan incómodo, tan desagradable a esas horas.
Salí y me
vestí apresuradamente, levanté a Eduardo, mi primo por adopción, quién
desde días anteriores y a sabiendas de lo importante que era para mí ese
día, se quedó en casa a dormir para llevarme en una troca prestada al
trabajo.
–¡Que rico, está nublado! –comenté yo y él asintió. Nos
esperaba una larga jornada laboral.
–Hija, no se te olvidé tu
credencial de elector –me recuerda mi mamá y me la da en la mano, la
guardo en mi sostén; una mala costumbre heredada de mi abuela materna,
pero efectiva en contra de asaltos y de pérdidas de bolsa, ese día no
iba a permitir que nadie me la quitará.
El camino fue tranquilo, las calles vacías y un hermoso cielo cubierto de nubes grises.
–¡Mira! Está lloviendo. –me dijo Eduardo mostrando el parabrisas, sonreí para mí, pensando “Pero esta tardé saldrá el Sol”.
Al
llegar al periódico, veo a todos mis compañeros ‘desmañanados’ en
domingo, vestidos todos iguales, planeando, saludándose, contentos
porque llevaríamos a cabo una estrategia de cobertura para la cual nos
habíamos preparado durante los últimos tres meses. Sólo quienes han
trabajado mucho tiempo por un proyecto, pueden entender la alegría
extraña que se siente cuando este finaliza.
El jefe de los
fotógrafos me lleva con él para averiguar qué está pasando en la calle y
yo accedí. Nuestra primera parada, la casilla ubicada atrás de la
Escuela Primaria Revolución.
–El presidente se enojó y se fue y
nos dejó con todo esto, no sabíamos ni que hacer. Por eso abrimos tarde,
pero ya nos acomodamos –relató para mí una de las funcionarias de
casilla, enfadada por el berrinche de su compañero, por el cual abrieron
casi a las diez de la mañana. –pero si apenas están abriendo, e
instalando el lugar donde se emite el voto ¿Por qué ya hay papeletas
adentro? –Es sólo una, de un señor que no se quiso esperar porque debía
ir apurado al trabajo –replicó.
Y con eso salió mi primera nota
del día, una fila de quince personas aguardaban su turno desde las ocho
de la mañana, y los encargados de abrir apenas estaban instalando las
cosas necesarias para permitirles votar.
De regreso al carro, una
llamada de uno de mis colegas (por respeto no mencionaré el nombre de
ninguno de mis compañeros, a excepción de que sea muy importante
señalarlo). –Mi amor, ¿Estás trabajando? –era uno de mi colegas de otro medio, ¿De qué otra forma podríamos
llevarnos si nos hemos visto todos los días desde hace tres meses? ¿Si
hemos compartido ideas, tiempo, cansancio, asoleadas y otras cosas?,
aclarando, sólo somos amigos, le respondí –Si mi cielo, dime ¿Qué pasa?
–Me
están reportando que en la casilla 1885 llegaron 300 boletas menos de
las que se requerían, te encargo que vayas a ver qué está pasando.
Pasé
el reporte a mi jefa de información, y al jefe de fotógrafos, ambos se
encargaron de hacer llegar a alguno de los reporteros al lugar.
–¡Cerdos! –mascullé por primera vez esa palabra en el día.
Nuestra
segunda parada, la casilla 1672, donde empleados del Instituto Federal
Electoral (IFE) se encontraban analizando una falla en la lista nominal.
A dos horas de haber iniciado la jornada electoral, al menos cinco
personas no aparecían en ella y fueron mandados a las casillas
especiales, designadas a ciudadanos en tránsito, pero efectivas para
todos los errores que ocurrieron ese día. Lo malo es que sólo 750
ciudadanos pudieron votar en cada una de ellas, el que llegó temprano
pudo; el que no, sólo perdió su tiempo.
–Oye, en la casilla que
está en la secundaria estatal 2 el lápiz no está pintando, te lo
encargo. –Me dijo una señorita que acababa de salir de votar.
Nuestra
siguiente nota, la encontramos pues en la casilla 1651, en el
fraccionamiento El Dorado, donde los funcionarios aseguraban que los
lápices no funcionaban y que a toda la gente que habían atendido hasta
ese momento, tuvieron que prestarles bolígrafos. –¿Me permite? –le dije a
la señora que nos había relatado lo anterior, solicitándole el lápiz
asignado por el IFE para sufragar. Lo tomé, raye sobre un papel y marcó
perfectamente.
–Es que también se quejaban de que se acababa la
punta –dijo, sonriendo, mientras uno de sus compañeros le decía “¡Pero
si marcaba!”. Le agradecí su tiempo y me dispuse a escribir mi tercera
nota.
Nuestra siguiente intervención fue en la Junta Distrital 02,
donde funcionarios del IFE esperaban la llegada de una comisión
conformada por elementos del instituto y representantes de los
diferentes partidos, que habían ido a la casilla 1425 ubicada en Anapra,
una de las colonias más pobres de la ciudad, a confirmar o desmentir la
compra de votos.
–No se me acelere, todos estamos así, la
denuncia no decía quien había comprado los votos, aún no sabemos qué
pasó –me dijo el presidente de la Junta Local, con voz calmada, al filo
de la una de la tarde.
Mientras tanto, en la sala de sesión
permanente, donde se instalan los funcionarios en cada jornada para
atender todas las quejas; todos eran amigos observando el partido de
España contra Italia.
Comían galletas, tomaban café o refresco y
hasta los militares encargados de salvaguardar las instalaciones del
lugar, observaban el partido.
Al llegar la comisión, se indicó de
manera oficial que no había ninguna anomalía y que el proceso electoral
se estaba llevando, en ese lugar, de manera normal.
–Eso dicen,
pero todos vimos como estaban saliendo de una casa a menos de cien
metros de la casilla, ahí les estaban pagando por votar –me comentó el
representante del partido Movimiento Ciudadano.
Ya en sesión
permanente, el representante del Partido Acción Nacional dice –Sólo
quiero que quede claro, que el secretario encargado de ir a atestiguar
lo que pasaba, se negó a entrar a la casa donde se estaba realizando
este delito, y se limitó a observar la casilla.
Entonces ya no
todos eran amigos, el representante de Movimiento Ciudadano, del Partido
del Trabajo (PT) y del Partido de la Revolución Democrática (PRD,
coalisionado con los otros dos), secundaron dicha versión por separado y
todo se hizo costar en el acta. Los representantes del Partido
Revolucionario Institucional (PRI) y del Partido Verde Ecologista de
México, sólo observaron.
Entonces, estos segundos, me informaron
al declararse un receso de tres horas, a las 2 de la tarde: “Nuestro
partido esta interponiendo las denuncias directamente frente a la FEPADE
(Fiscalía Especializada Para la Atención de Delitos Electorales), ya
denunciamos la compra de votos y un camión que estaba entregando
despensas”.
Un receso estaba entonces, ya lo dije, y me fui a
comer. Aproveche para cargar la batería de mis celulares, para alardear
sobre mi estado de estrés y para investigar cómo diablos iba a votar. Ya
eran las 3 de la tarde y del periódico a mi casa son dos horas en
transporte público, una de ida y una de regreso.
Un compañero me
llevó corriendo en su automóvil, entré a la casilla vacía ubicada a
espaldas de mi antiguo domicilio, que no queda a más de 3 minutos de mi
domicilio reciente.
–¿A poco eres reportera Karen? –Me preguntó la
señora de la tienda que en ese momento era funcionaria, viéndome con mi
cara cansada y brillosa, mi cabello revuelto por el sudor, mi playera
blanca y mi gafete acreditado por el IFE.
Voté, mi voto es secreto pero obvio, salí de aquel lugar y eran las 5:30 de la tarde, el cierre de las casillas era inminente.
Luego
de que mi compañero tomara algunas fotografías de dicho suceso,
regresamos al periódico, y de ahí, mi siguiente parada eran las
instalaciones del PRI.
Ahí me encontré con al menos seis de mis
colegas de otros medios, a los cuales vi con demasiada frecuencia
durante los últimos tres meses, a los cuales ahora considero amigos y
juntos hemos reído, maldecido, fumado y preguntado a más no poder; como
buenos reporteros.
Adriana Terrazas Porras, líder del Comité
Directivo Municipal del PRI, inició una conferencia de prensa. A sus
lados se encontraban los distintos candidatos a diputados por los
distritos con cabecera en esta ciudad, al igual que los representantes
de campaña del aspirante a la presidencia, Enrique Peña Nieto.
“Sin
caer en falsos triunfalismos, tenemos ‘carro lleno’ en ciudad Juárez y
en todo el estado de Chihuahua. Este día inicia el cambio en México que
permita mejorar las condiciones de vida de todos los mexicanos”, expresó
y fue secundada por la algarabía de trompetas y gritos de una centena
de personas que escuchaban, eran las 7:30 de la tarde.
Los
reporteros nos vimos los unos a los otros, sabíamos que era un triunfo
adelantado, pero también sabíamos que era muy posible que fuera oficial
en las siguientes horas.
Cada uno de los integrantes de esa mesa
dio algunas palabras de agradecimiento, hasta que llegó el turno de
Octavio Fuentes, representante de la campaña de Peña Nieto en esta
frontera.
“Nada más para decir que a quienes votaron por Enrique
Peña Nieto, y a los que no, les recuerdo que él será su presidente”,
expresó en tono irónico, y todos rieron y explotaron en aplausos.
Ya
no había más que decir, como ciudadana me sentía decepcionada, pero
como periodista debía seguir reporteando sin dejarme llevar por mis
pasiones personales.
–No te enojes, nada pasará –me dijo uno de mis compañeros, amigo desde la universidad.
–Si
me da coraje, de nada sirvió todo lo que hice durante los últimos tres
meses, las personas siguen sin entender –dije algo así, o similar,
estaba ofuscada por el ruido y no lo recuerdo del todo.
Un señor,
moreno, con la piel maltratada por el sol, de 1.50 de estatura
aproximadamente, con una playera sin mangas y mugrosa; nos preguntó:
¿Saben donde están dando las playeras? ¿Me pueden dar una?
De
manera casi despectiva le indicamos que no éramos priístas, tampoco es
que el hubiera sido muy educado en ese momento, de hecho nos cuestionó
medio desesperado y grosero.
La gente llegaba, salía del edifico
con una ‘soda’, una burrito o una playera, y se iba. Fue de esta forma
que no se alcanzaron a llenar las sillas frente al escenario instalado
en el cruce de las avenidas Lerdo y Galeana.
En él se presentaron
artistas locales, de los cuales, a la única que reconocí fue a Lluvia
Vega, amiga de una de mis primas, a quien conocí antes de que se hiciera
famosa en un programa de televisión.
Fumé bajo un cielo
anochecido, cubierto de nubes; condiciones que propiciaron un clima
fresco y muy agradable, similar al de la mañana, pero tan distinto al
sol que desafiamos durante las horas pico.
Comencé a sentirme
sentimental poniéndole fin a una de las etapas más felices de mi corta
vida laboral, sin ver todos los días a mis colegas reporteros de
política, sin discutir porque un presidente u otro no era una mejor
opción, volviendo a información general.
Después de eso, seguí sin
comprender que fue de los millones de mexicanos que salieron a las
calles a manifestarse en contra del futuro presidente de México; sin
explicarme como hay personas que venden el derecho invaluable de tomar
una decisión, por una playera o una orden de enchiladas.
Tanto se
dijo en televisión, tanto se informó, tantas evidencias fueron mostradas
y todo termino igual, la mayoría dijo: “Más vale malo por conocido, que
bueno por ir a conocer”.
No logro explicarme como preferir a una
persona que ha cometido tantos errores, cuyas propuestas no solucionan
los problemas reales que enfrentamos todos los días.
–¿Qué vamos a
hacer ahora? –me pregunté la mañana del 2 de julio, y mi ‘yo’ patriota
me respondió: “Escribir, escribir y seguir escribiendo, que ese es
nuestro trabajo y es lo único que sabemos hacer”.
Y eso hago.
Felicidades
a todos mis colegas, que después se hicieron amigos míos. Muchachos,
hicimos lo mejor. Gracias por enseñarme tantas cosas.
Saludos
a todos aquellos que se hacen llamar periodistas, pero este día siguen
defendiendo lo que a todas luces fue uno de los más grandes fraudes de
la historia de nuestro país. A ustedes, ¡Mil gracias! por enseñarme lo
que no debo de hacer.
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