martes, 3 de julio de 2012

Crónica de una practicante durante su primera cobertura de elecciones presidenciales.

Eran las 6:07 cuando abrí los ojos la mañana del 1 de julio del 2012. Suelo ser muy impuntual, es uno de mis defectos, pero ese día era importante para mí y la hora lo era más.
 –¡Se me hace tarde! –exclamé medio dormida y me apresuré a levantarme. Sin meditarlo corrí a la regadera y desperté por completo con el chorro de agua fría que siempre me parece tan incómodo, tan desagradable a esas horas.
Salí y me vestí apresuradamente, levanté a Eduardo, mi primo por adopción, quién desde días anteriores y a sabiendas de lo importante que era para mí ese día, se quedó en casa a dormir para llevarme en una troca prestada al trabajo.
–¡Que rico, está nublado! –comenté yo y él asintió. Nos esperaba una larga jornada laboral.
–Hija, no se te olvidé tu credencial de elector –me recuerda mi mamá y me la da en la mano, la guardo en mi sostén; una mala costumbre heredada de mi abuela materna, pero efectiva en contra de asaltos y de pérdidas de bolsa, ese día no iba a permitir que nadie me la quitará.
El camino fue tranquilo, las calles vacías y un hermoso cielo cubierto de nubes grises.
–¡Mira! Está lloviendo. –me dijo Eduardo mostrando el parabrisas, sonreí para mí, pensando “Pero esta tardé saldrá el Sol”.
Al llegar al periódico, veo a todos mis compañeros ‘desmañanados’ en domingo, vestidos todos iguales, planeando, saludándose, contentos porque llevaríamos a cabo una estrategia de cobertura para la cual nos habíamos preparado durante los últimos tres meses. Sólo quienes han trabajado mucho tiempo por un proyecto, pueden entender la alegría extraña que se siente cuando este finaliza.
El jefe de los fotógrafos me lleva con él para averiguar qué está pasando en la calle y yo accedí. Nuestra primera parada, la casilla ubicada atrás de la Escuela Primaria Revolución.
–El presidente se enojó y se fue y nos dejó con todo esto, no sabíamos ni que hacer. Por eso abrimos tarde, pero ya nos acomodamos –relató para mí una de las funcionarias de casilla, enfadada por el berrinche de su compañero, por el cual abrieron casi a las diez de la mañana. –pero si apenas están abriendo, e instalando el lugar donde se emite el voto ¿Por qué ya hay papeletas adentro? –Es sólo una, de un señor que no se quiso esperar porque debía ir apurado al trabajo –replicó.
Y con eso salió mi primera nota del día, una fila de quince personas aguardaban su turno desde las ocho de la mañana, y los encargados de abrir apenas estaban instalando las cosas necesarias para permitirles votar.
De regreso al carro, una llamada de uno de mis colegas (por respeto no mencionaré el nombre de ninguno de mis compañeros, a excepción de que sea muy importante señalarlo). –Mi amor, ¿Estás trabajando? –era uno de mi colegas de otro medio, ¿De qué otra forma podríamos llevarnos si nos hemos visto todos los días desde hace tres meses? ¿Si hemos compartido ideas, tiempo, cansancio, asoleadas y otras cosas?, aclarando, sólo somos amigos, le respondí –Si mi cielo, dime ¿Qué pasa?
–Me están reportando que en la casilla 1885 llegaron 300 boletas menos de las que se requerían, te encargo que vayas a ver qué está pasando.
Pasé el reporte a mi jefa de información, y al jefe de fotógrafos, ambos se encargaron de hacer llegar a alguno de los reporteros al lugar.
–¡Cerdos! –mascullé por primera vez esa palabra en el día.
Nuestra segunda parada, la casilla 1672, donde empleados del Instituto Federal Electoral (IFE) se encontraban analizando una falla en la lista nominal. A dos horas de haber iniciado la jornada electoral, al menos cinco personas no aparecían en ella y fueron mandados a las casillas especiales, designadas a ciudadanos en tránsito, pero efectivas para todos los errores que ocurrieron ese día. Lo malo es que sólo 750 ciudadanos pudieron votar en cada una de ellas, el que llegó temprano pudo; el que no, sólo perdió su tiempo.
–Oye, en la casilla que está en la secundaria estatal 2 el lápiz no está pintando, te lo encargo. –Me dijo una señorita que acababa de salir de votar.
Nuestra siguiente nota, la encontramos pues en la casilla 1651, en el fraccionamiento El Dorado, donde los funcionarios aseguraban que los lápices no funcionaban y que a toda la gente que habían atendido hasta ese momento, tuvieron que prestarles bolígrafos. –¿Me permite? –le dije a la señora que nos había relatado lo anterior, solicitándole el lápiz asignado por el IFE para sufragar. Lo tomé, raye sobre un papel y marcó perfectamente.
 –Es que también se quejaban de que se acababa la punta –dijo, sonriendo, mientras uno de sus compañeros le decía “¡Pero si marcaba!”. Le agradecí su tiempo y me dispuse a escribir mi tercera nota.
Nuestra siguiente intervención fue en la Junta Distrital 02, donde funcionarios del IFE esperaban la llegada de una comisión conformada por elementos del instituto y representantes de los diferentes partidos, que habían ido a la casilla 1425 ubicada en Anapra, una de las colonias más pobres de la ciudad, a confirmar o desmentir la compra de votos.
–No se me acelere, todos estamos así, la denuncia no decía quien había comprado los votos, aún no sabemos qué pasó –me dijo el presidente de la Junta Local, con voz calmada, al filo de la una de la tarde.
Mientras tanto, en la sala de sesión permanente, donde se instalan los funcionarios en cada jornada para atender todas las quejas; todos eran amigos observando el partido de España contra Italia.
Comían galletas, tomaban café o refresco y hasta los militares encargados de salvaguardar las instalaciones del lugar, observaban el partido.
Al llegar la comisión, se indicó de manera oficial que no había ninguna anomalía y que el proceso electoral se estaba llevando, en ese lugar, de manera normal.
–Eso dicen, pero todos vimos como estaban saliendo de una casa a menos de cien metros de la casilla, ahí les estaban pagando por votar –me comentó el representante del partido Movimiento Ciudadano.
Ya en sesión permanente, el representante del Partido Acción Nacional dice –Sólo quiero que quede claro, que el secretario encargado de ir a atestiguar lo que pasaba, se negó a entrar a la casa donde se estaba realizando este delito, y se limitó a observar la casilla.
Entonces ya no todos eran amigos, el representante de Movimiento Ciudadano, del Partido del Trabajo (PT) y del Partido de la Revolución Democrática (PRD, coalisionado con los otros dos), secundaron dicha versión por separado y todo se hizo costar en el acta. Los representantes del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del Partido Verde Ecologista de México, sólo observaron.
Entonces, estos segundos, me informaron al declararse un receso de tres horas, a las 2 de la tarde: “Nuestro partido esta interponiendo las denuncias directamente frente a la FEPADE (Fiscalía Especializada Para la Atención de Delitos Electorales), ya denunciamos la compra de votos y un camión que estaba entregando despensas”.
 Un receso estaba entonces, ya lo dije, y me fui a comer. Aproveche para cargar la batería de mis celulares, para alardear sobre mi estado de estrés y para investigar cómo diablos iba a votar. Ya eran las 3 de la tarde y del periódico a mi casa son dos horas en transporte público, una de ida y una de regreso.
Un compañero me llevó corriendo en su automóvil, entré a la casilla vacía ubicada a espaldas de mi antiguo domicilio, que no queda a más de 3 minutos de mi domicilio reciente.
–¿A poco eres reportera Karen? –Me preguntó la señora de la tienda que en ese momento era funcionaria, viéndome con mi cara cansada y brillosa, mi cabello revuelto por el sudor, mi playera blanca y mi gafete acreditado por el IFE.
Voté, mi voto es secreto pero obvio, salí de aquel lugar y eran las 5:30 de la tarde, el cierre de las casillas era inminente.
Luego de que mi compañero tomara algunas fotografías de dicho suceso, regresamos al periódico, y de ahí, mi siguiente parada eran las instalaciones del PRI.
Ahí me encontré con al menos seis de mis colegas de otros medios, a los cuales vi con demasiada frecuencia durante los últimos tres meses, a los cuales ahora considero amigos y juntos hemos reído, maldecido, fumado y preguntado a más no poder; como buenos reporteros.
Adriana Terrazas Porras, líder del Comité Directivo Municipal del PRI, inició una conferencia de prensa. A sus lados se encontraban los distintos candidatos a diputados por los distritos con cabecera en esta ciudad, al igual que los representantes de campaña del aspirante a la presidencia, Enrique Peña Nieto.
“Sin caer en falsos triunfalismos, tenemos ‘carro lleno’ en ciudad Juárez y en todo el estado de Chihuahua. Este día inicia el cambio en México que permita mejorar las condiciones de vida de todos los mexicanos”, expresó y fue secundada por la algarabía de trompetas y gritos de una centena de personas que escuchaban, eran las 7:30 de la tarde.
Los reporteros nos vimos los unos a los otros, sabíamos que era un triunfo adelantado, pero también sabíamos que era muy posible que fuera oficial en las siguientes horas.
Cada uno de los integrantes de esa mesa dio algunas palabras de agradecimiento, hasta que llegó el turno de Octavio Fuentes, representante de la campaña de Peña Nieto en esta frontera.
“Nada más para decir que a quienes votaron por Enrique Peña Nieto, y a los que no, les recuerdo que él será su presidente”, expresó en tono irónico, y todos rieron y explotaron en aplausos.
Ya no había más que decir, como ciudadana me sentía decepcionada, pero como periodista debía seguir reporteando sin dejarme llevar por mis pasiones personales.
–No te enojes, nada pasará –me dijo uno de mis compañeros, amigo desde la universidad.
–Si me da coraje, de nada sirvió todo lo que hice durante los últimos tres meses, las personas siguen sin entender –dije algo así, o similar, estaba ofuscada por el ruido y no lo recuerdo del todo.
Un señor, moreno, con la piel maltratada por el sol, de 1.50 de estatura aproximadamente, con una playera sin mangas y mugrosa; nos preguntó: ¿Saben donde están dando las playeras? ¿Me pueden dar una?
De manera casi despectiva le indicamos que no éramos priístas, tampoco es que el hubiera sido muy educado en ese momento, de hecho nos cuestionó medio desesperado y grosero.
La gente llegaba, salía del edifico con una ‘soda’, una burrito o una playera, y se iba. Fue de esta forma que no se alcanzaron a llenar las sillas frente al escenario instalado en el cruce de las avenidas Lerdo y Galeana.
En él se presentaron artistas locales, de los cuales, a la única que reconocí fue a Lluvia Vega, amiga de una de mis primas, a quien conocí antes de que se hiciera famosa en un programa de televisión.
Fumé bajo un cielo anochecido, cubierto de nubes; condiciones que propiciaron un clima fresco y muy agradable, similar al de la mañana, pero tan distinto al sol que desafiamos durante las horas pico.
Comencé a sentirme sentimental poniéndole fin a una de las etapas más felices de mi corta vida laboral, sin ver todos los días a mis colegas reporteros de política, sin discutir porque un presidente u otro no era una mejor opción, volviendo a información general.
Después de eso, seguí sin comprender que fue de los millones de mexicanos que salieron a las calles a manifestarse en contra del futuro presidente de México; sin explicarme como hay personas que venden el derecho invaluable de tomar una decisión, por una playera o una orden de enchiladas.
Tanto se dijo en televisión, tanto se informó, tantas evidencias fueron mostradas y todo termino igual, la mayoría dijo: “Más vale malo por conocido, que bueno por ir a conocer”.
No logro explicarme como preferir a una persona que ha cometido tantos errores, cuyas propuestas no solucionan los problemas reales que enfrentamos todos los días.
–¿Qué vamos a hacer ahora? –me pregunté la mañana del 2 de julio, y mi ‘yo’ patriota me respondió: “Escribir, escribir y seguir escribiendo, que ese es nuestro trabajo y es lo único que sabemos hacer”.
Y eso hago.

Felicidades a todos mis colegas, que después se hicieron amigos míos. Muchachos, hicimos lo mejor. Gracias por enseñarme tantas cosas. 
Saludos a todos aquellos que se hacen llamar periodistas, pero este día siguen defendiendo lo que a todas luces fue uno de los más grandes fraudes de la historia de nuestro país. A ustedes, ¡Mil gracias! por enseñarme lo que no debo de hacer.

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