domingo, 23 de marzo de 2014

Nada gana el horizonte...

Mientras el reloj cambia de minuto, y la luz de la pantalla hace que aparezca una sombra fantasmal en el peinador, me pregunto si vale la pena seguir atesorando los besos que no te he dado.
Pasan los días y se cuelan entre mi piel, las pastillas hacen su efecto en mi sistema y pierdo las fuerzas pensando ¿cuánto tiempo habré de quererte tanto así?
La noción del todo es distinta ahora, ahora que no tengo que esperar a que regreses. Pero a mí me gustaba esperarte, me gustaba juntar mis ganas de ti como una serie de post it en mi pizarra, y un par de horas apenas bastaban para descargar la agenda en tus brazos.
Me pregunto si a ti te gustaba que te esperara, si te gustaba que siempre saliera de esa puerta, fingiendo naturalidad, aferrando mi bolsa a mí costado derecho, abriendo el barandal para escuchar que me pidieras un beso.
Y luego, al regresar, esperar que me ayudaras a cerrar todo de nuevo, y darnos otro beso a través de los barrotes para después verte bostezar y desaparecerte en la calle vacía.
Duele eso. Duele esa puerta que no tocas, y esas rejas que ya no son testigo de mi compulsión por no desapartarme de ti hasta que te tuvieras que marchar.
Me pregunto si te gustaba que te mordisqueara la mano, que te fuera a buscar cuando estabas enojado, que acariciara la panza de tu mascota para que no ladrara cuando estuviera contigo, o que te tomara de la cintura cuando estábamos con tus amigos.
¿Tendrá sentido seguir recordándolo todo una y otra vez?
Si estuvieras aquí ahora, seguramente estaría quejándome de las malas instalaciones de esta habitación. Si no fuera tan incómodo llamarte, ahora, seguro lo haría, sólo por escuchar la forma graciosa en la que hablas cuando estas adormilado.
Me pregunto si pensarás en mí ahora, pero es seguro que la respuesta es algo que no quisiera conocer jamás.
Cuando decidiste irte de mi vida, lo hiciste de tal manera que todos nos creímos el cuento de que sería como si jamás hubieses existido.
Y hablo por mí y por todos esos besos que no te he dado,  y que me sigo preguntado si valdrá la pena aún atesorarlos.
Nos hiciste creer que no estarías aquí, pero sigues tan presente como siempre. De nada sirve tapar el sol con un dedo. Y te odio por eso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario