Mientras el
reloj cambia de minuto, y la luz de la pantalla hace que aparezca una sombra
fantasmal en el peinador, me pregunto si vale la pena seguir atesorando los
besos que no te he dado.
Pasan los
días y se cuelan entre mi piel, las pastillas hacen su efecto en mi sistema y
pierdo las fuerzas pensando ¿cuánto tiempo habré de quererte tanto así?
La noción
del todo es distinta ahora, ahora que no tengo que esperar a que regreses. Pero
a mí me gustaba esperarte, me gustaba juntar mis ganas de ti como una serie de post it en mi pizarra, y un par de horas apenas bastaban para descargar la agenda
en tus brazos.
Me pregunto
si a ti te gustaba que te esperara, si te gustaba que siempre saliera de esa
puerta, fingiendo naturalidad, aferrando mi bolsa a mí costado derecho,
abriendo el barandal para escuchar que me pidieras un beso.
Y luego, al
regresar, esperar que me ayudaras a cerrar todo de nuevo, y darnos otro beso a
través de los barrotes para después verte bostezar y desaparecerte en la calle
vacía.
Duele eso.
Duele esa puerta que no tocas, y esas rejas que ya no son testigo de mi
compulsión por no desapartarme de ti hasta que te tuvieras que marchar.
Me pregunto
si te gustaba que te mordisqueara la mano, que te fuera a buscar cuando estabas
enojado, que acariciara la panza de tu mascota para que no ladrara cuando
estuviera contigo, o que te tomara de la cintura cuando estábamos con tus
amigos.
¿Tendrá
sentido seguir recordándolo todo una y otra vez?
Si
estuvieras aquí ahora, seguramente estaría quejándome de las malas
instalaciones de esta habitación. Si no fuera tan incómodo llamarte, ahora,
seguro lo haría, sólo por escuchar la forma graciosa en la que hablas cuando
estas adormilado.
Me pregunto
si pensarás en mí ahora, pero es seguro que la respuesta es algo que no
quisiera conocer jamás.
Cuando
decidiste irte de mi vida, lo hiciste de tal manera que todos nos creímos el
cuento de que sería como si jamás hubieses existido.
Y hablo por
mí y por todos esos besos que no te he dado,
y que me sigo preguntado si valdrá la pena aún atesorarlos.
Nos hiciste
creer que no estarías aquí, pero sigues tan presente como siempre. De nada
sirve tapar el sol con un dedo. Y te odio por eso.
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