domingo, 23 de marzo de 2014

Se creía normal hasta que se perdió en la ciudad sin ceniceros.

Y no es hasta que estas en una sala llena de personas, que acaban de decirte su nombre, que sonríen entre sí y parecen alegres de estar juntos; que te das cuenta de lo grande que es el mundo y de lo pequeño que eres tu.
Algunas personas dirán “Eso no le pasa a ella” “Ella puede hacer amigos en cualquier sitio”, lo cierto es que soy la persona más antisocial que conozco y el trato con gente nueva es algo que me produce una sensación de vacío en el estómago.
La razón por la que mi entorno piensa y cree que soy extrovertida, se debe a que siempre estoy hablando y expresando lo que pienso; pero eso, eso es algo que tampoco puedo evitar. Así como no puedo dejar de sentir como mi voz se hace inaudible cuando alguien me pregunta algo, o como tiendo a sonrojarme si a alguien se le ocurre sonreírme al chocar miradas.
No sé en que radica la diferencia, pero hay días en los que soy un poco más sociable que otros. Hay momentos en los que le hago plática a cualquier ser humano que me ve a los ojos, e incluso bromeo casi con cualquier persona. Sin embargo, hoy me siento pequeña y solitaria, como un puntito negro en una pared llena de palabras. Unos días así, otros me tiemblan las piernas si debo pedir algo. Y luego la gente piensa que soy una lunática maleducada.
Cómo ese momento en el que debo darle la mano a alguien para saludar, algo tan natural como eso me pone a pensar en que tan fuerte debo dar el apretón (aunque mi mamá me enseñó que muy fuerte para inspirar confianza, siempre temo fracturar los nudillos de alguien), a dónde debo de mirar mientras se efectúa la operación "saludo", como debo sonreír, ¿debo decir algo?.
Lo mismo ocurre cuando dejo de ver a alguien mucho tiempo, y repentinamente lo encuentro en mi camino. Hablo de esas personas con las que conviviste en algún momento pero que no son precisamente amistades cercanas.
Al reconocer algún rosto lo primero que pienso es ¿será?, y eso se debe a mi muy distraída memoria visual. Después me digo ¿Se acordará de mi? ¿Qué le pregunto? ¿Cómo se lo pregunto? ¿Y si lleva mucha prisa? Entonces prefiero no ser yo la que de el paso a la iniciativa, prefiero evitar el ridículo y el rechazo, dos cosas que me hacen sentir terriblemente estúpida, y eso último es algo imperdonable.
Por otra parte, no me gusta estar conmigo por tiempos muy prolongados. Soy una persona muy aburrida para mi misma, y tiendo a la locura sino hablo con alguien sobre lo que siento o pienso. Es como una salida de escape de una olla de presión, que puede explotar, en cualquier momento, y que aún y con esa salida explota de vez en cuando.
Es por eso que para mi las redes sociales son como una clase de bendición del cielo, sin embargo, justo ahora quisiera alguien que se riera conmigo sin que me hiciera sentir incómoda, alguien que me tomará del brazo y me dijera “vente, vamos a la placita esa dónde viste los osos y los conejos de madera” y aunque yo diría “odio esa placita, además la gente me ve raro cuando ando por la calle” encantada me levantaría de esta silla y emprendería un recorrido por esta ciudad.
Ahora me doy cuenta que traje una cámara fotográfica para no usarla, porque detesto salir en fotografías. También me doy cuenta que en mi play list la mayoría de las canciones hablan de cosas en las que no quiero pensar, y que si uso los audífonos por más de 3 horas seguidas, me duelen los oídos.
La sobrecama entró a mi habitación hace unos momentos, casi pude sentir vergüenza por el vaso con ceniza que dejé en la mesa a falta de ceniceros, pero es el contacto humano menos incómodo que he tenido en las últimas veinticuatro horas. El bar del hotel está cerrado hoy domingo, y aunque estuviera abierto, no había nadie como ayer que llegué, y aunque hubiera alguien, no podría llegar y decir “Hola, soy de Juárez, la ciudad dónde matan gente, no tengo nada interesante que hacer ni alguien que escuche sobre mis problemas emocionales, ¿quieres hablar conmigo?”
Me siento como un gran punto, como un fantasma, y empiezo a acostumbrarme a esa sensación repentina de no existir.

Quizá no sea tan grave.

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