sábado, 31 de agosto de 2013

Sesenta por minuto.


¿Te imaginas enamorarte de una misma persona sesenta veces diferentes?
Ahora imagina que eso pasara cada minuto al lado de ella.
¿Cómo será una vida así?
La miras a un lado de ti y observas su mirada, sus gestos; percibes su aroma y te sientes sorprendido y feliz de que esa persona exista, y algo te amarra a su presencia y no te deja ir.
Apenas empiezas a acostumbrarte a la sensación y pasa otro segundo, y la ves de nuevo, y sientes lo mismo desde al principio, otra vez; una y otra vez.
Te diré que es increíble como cada vez que respiras te sientes recién enamorado, y es difícil asimilarlo y tienes la necesidad de escribir, de cantar, de besarla, de tocarla, de sentirla cerca para sentir que estas completo.


Algo así me pasaba con él, y sin importar si hacía algo mal, lo olvidaba al siguiente minuto.
A veces me deshacía de esa locura, momentáneamente, pero entonces él decía mi nombre y yo caía de nuevo.
La última ocasión fue bajo la lluvia, caminábamos en la calle hacía una tienda después de que el sol ya se había ocultado en el horizonte.
Era enero, él ya tenía a alguien más y sin embargo, lo vi a un lado mío y por un momento regresó uno de aquellos segundos que habían transcurrido en el verano anterior; tal vez uno de esos se le escapó al reloj y se coló entre los dos en el momento menos esperado.
Me besó y continuamos nuestro camino sin más segundos cómo ese, tranquilos, como dos personas que no pueden deshacerse una de la otra, pero que tampoco pueden estar juntas;  y resignadas a ese destino como quien decide ya no luchar contra algo que está fuera de sus manos.
Eso ya fue hace casi dos años, y por hoy pude comprender lo terrorífico de esos recuerdos.
El tiempo entre un suceso y otro nos deja una sensación de irrealidad. Todos hemos pasado por ello cuando recordamos a alguien que ya murió, por ejemplo, y aunque sigue vivo en la conciencia tenemos la certeza de que ya no existe, y hasta se nos dificulta creer que en algún momento existió.
Ya no hay nada entre los dos, ni un intento de amistad ni nada, sólo imágenes dentro de mi cabeza rota dónde él aparece, y que son las únicas evidencias de que en realidad lo amé en algún momento.
No es que si lo viera hoy sintiera lo mismo, es que ya pasó demasiado tiempo desde que me enamoré, y ni siquiera me queda el consuelo de asimilar que un día sucedió.
Yo necesito asegurarme de que así fue, porque estoy segura que no pasará de nuevo, ni con él ni con nadie; y presiento que una vida sin enamorarme sesenta veces de alguien en un minuto no debe tener sentido alguno.
Por eso estoy triste ahora, preguntándome por la razón de las cosas, cuestionando el fin de la voluntad del destino, queriéndolo en mi memoria, pero sólo dentro de ella, sesenta veces por minuto. 


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