miércoles, 30 de abril de 2014

Peor que cuando vas a comprar condones.

Han pasado varias semanas así, y aunque de repente tomo la determinación de no seguir igual, después me doy cuenta que no está en mis manos. 

Basta una palabra, un gesto, una imagen, un nombre, una canción, y los lagrimales se activan sin remedio.

Y qué decir si esa explosión ocurre algunos minutos antes de la comida, las entrañas se niegan a recibir alimento y me piden que devuelva lo que todavía no entra. 

Y si son unos minutos antes de dormir, los ojos se abren de par en par y se siente el corazón latiendo adolorido, como si fuera algo que pudiera doler.

A veces, algo me aplasta el pecho y se me dificulta la respiración, y tratando de no mojar mis ojos digo: Nada, no me pasa nada.

Como si pudiera pasarme algo distinto todos los días.

Te acercas a la farmacia, con cautela, para comprar algo que hace mucho que no utilizas. Al llegar, te percatas que alguien más esta a un lado de la caja, en una cálida charla con la farmaceuta.
–Buenas noches
–Buenas noches señorita ¿Qué necesita?
–Vengo a preguntar por unas pastillas, se llaman Remotiv
La empleada te ve con duda, y su compañero igual
–¿Para qué son?
La cara se te calienta, se te pone roja, y casi, casi, no reconoces el sentido de la vergüenza en tu ser. Saldrías corriendo, pero, ya es tarde.
–Para la depresión.
El tipo se retira sin despedirse de la empleada, como huyendo de un posible contagio. Ella, te da la espalda para buscar la medicina en uno de los estantes.
–No, no hay, hace mucho tiempo que no me la surten.
–¿Sabe cuál es el componente activo?
La mujer te ve con lástima, ¿Por qué?, intentas no mirarla a los ojos mientras te dice que buscará en el almacén. Acto seguido, regresa triunfante con la caja en las manos.
–¡Aquí esta! Lo que pasa es que me las cambiaron de presentación, pero son estas.
Sonríe contigo como cuando la gente les sonríe a las personas que tienen cáncer, piensas, ¿tan jodida me veo?
 –¿Cuánto cuestan?
   –Ciento noventa con ochenta y nueve
Suspiras, entonces ella pregunta ¿Qué pasa?
–Nada, es que además de estar deprimida, estoy pobre
–Para lo segundo no tengo pastillas
–Lo sé. Démelas de cualquier forma.

Al salir, las palabras de Luis me resuenan en la cabeza: “La depresión son puras mamadas, la gente está triste porque quiere, a la gente le gusta hacerse la víctima”

Ojalá me vieras ahora comprando pastillas; seguramente estarías cagándote de la risa. Quizá algo siga mal aquí adentro, ya sabes, dentro de está cosa descompuesta que tengo por cerebro.

Total, ni que fuera Prozac.

¿Algún buen samaritano que me regale eso?




      

No hay comentarios:

Publicar un comentario