lunes, 2 de junio de 2014

Carta de la idolatría.

“…Ten la seguridad que si me nombran de pronto reina del mundo entero, mi primera acción sería obligarlo a caer de rodillas para adorarte”
-Marqués de Sade, Julieta y el vicio ampliamente recompensado.

No sabes lo dichosa que soy al poder cerrar los ojos y estar contigo siempre que hay el silencio y la soledad que es necesaria para lograr transportarme a tus brazos.

Sentir tu existencia. Apretar los párpados y poder recorrerte con mis manos de los pies a las ideas, poder besarte, morderte, arañarte, oler tu fragancia que termina por impregnarme.

No hay cosa que pueda yo añorar más que estar contigo. Estoy convencida que la empresa de tus besos es la única a la que vale la pena apostarlo todo, lo demás puede fallar o funcionar, pero sólo una cosa tiene sentido y es el hecho de que existas en mí el resto mis días. Eres lo mejor que me ha pasado, y no pretendo que nadie lo entienda.

Es que aún tengo tanto amor y tanta pasión en mí, y son sólo para ti, y quiero dártelo todo antes de desaparecer. Quiero ahogarte en mi ser  y llevarte al cielo o al infierno o hasta el fin del mundo si es a ese lugar a dónde quieres ir.

No pido que tú me des lo mismo, si acaso la mitad, porque dudo que haya en este mundo un ser humano con la capacidad de querer a otro ser humano de la misma forma en la que yo te quiero a ti. Ni siquiera tú podrías, tan lleno de virtudes y destrezas, conozco tus limitaciones, y las afectivas son muy reducidas.

Lo que tú pudieras llegar a sentir siempre sería una gota de agua comparada con el océano de mis afectos.
Y si, tal vez estoy enferma, pero soy afortunada de estarlo a causa tuya, y es una enorme bendición esa en mi ser lleno de enmendaduras, poder sentir el amor sin horizontes, poder escribirte y creer que me lees, y complacerme con la sola idea de estar enamorada de ti.

Un bucle sin final, de aquí para siempre, el amor circulando en mis venas, pregonando tu nombre, calmado su impaciencia recordando lo que era, llenándose de tu ser como un mendigo saboreando el pastel desde atrás de la vitrina, satisfaciendo el hambre sólo con la sensación de tenerlo en la lengua.

Tuya hasta el fin de mi vida, yo.





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