Empecé mal… empecé mal desde antes, mucho antes de que todo
esto pasara.
Yo debí de haber sido el amor de tu vida, tú debiste haber
sido el primer hombre al que yo amara con tantas fuerzas que al mirarte
sintiera mi corazón brincando de felicidad.
Tú debiste ser el primero que me hiciera sentir una
princesa, que con tan sólo mirarme me hiciera sentir la mujer más bonita y
bella del mundo.
Tú debías llenar mis horas, besar esas partes de mi alma que
nadie más podía besar, que te correspondía a ti; porque tu eras el referente a
todo lo que precedía y tenías la obligación de prepararme, de enseñarme a
quererme, como ningún hombre lo hará nunca.
Tú debías indicarme que todos son unos pendejos, que no
necesitaba a nadie a más que a mí.
¡Es que era tu maldita obligación!
Tú tenías que aparecer antes que nadie, y soportar mi
locura. Tú tenías que sentirte orgulloso de mí, y tenías que mostrarme que
puedo comerme al mundo si yo quiero.
Yo tenía que tomar primero tu mano, y la de nadie más, y
caminar así. Tú deberías de ser el hombre de mi vida, y no uno al que apenas y
conozco.
Y ahora me dices que te vas, pues bueno, vete, tú debías
aparecer desde un principio y no a estas alturas.
Y no porque no fueras el primero, significa que haya dejado
de amarte; no porque no seas ni mi héroe, ni mi príncipe azul, significa que no
te extrañe o que no te ame con todas las fuerzas de mí ser.
Sólo quería decirlo, admitirlo, que tú tenías que estar ahí,
que tú tenías que ayudarme a crecer con el corazón sano y no roto.
¿Qué no te has fijado que los padres son como los Dioses en
las mentes de los hijos?
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