domingo, 5 de febrero de 2012

La niña más hermosa del mundo


Ahí estaba en una esquina, con un pantaloncito rojo y un suéter que hacía juego, casi acostada en el asiento verde del autobús de pasajeros ruta Juárez-aeropuerto. Inmersa en la penumbra, yo estaba frente a ella y con la mirada cuestionaba ¿Qué enfermedad tendría en su cara fea?
Paradójicamente, la única luz dentro de esa deplorable limosina pública se colocaba sobre su cabecita deforme, el resto de los usuarios estaban inmersos en la oscuridad de las diez de la noche, que sobre el transporte público se vive de una manera diferente.
Sus ojos saltones apenas alcanzaban a ser cubiertos por sus pálidos párpados y su nariz era una protuberancia, apenas visible, con dos orificios.
Dudo que la nena ignorara eso, pero el movimiento sobre las avenidas principales de la nocturna ciudad la arrullaba y no prestaba atención a los murmullos de su alrededor.
Viajaba ignorante de lo que ocurría en los demás asientos, donde no había luz, donde la gente se fijaba en ella y uno que otro idiota se preguntaba ¿Por qué estará tan fea?
Sus padres viajaban en un lado, abrazados. La madre se veía cansada y miraba distraída por la ventanilla izquierda. El padre, al contrario, se mantenía alerta de su tesoro y respondía con ojos de puñal las miradas invisibles y morbosas que se dirigían al único lugar en el que algo se podía ver.
– ¡Que gente tan pendeja! –Pensaba yo, pero algo me atraía y seguía observando su piel rosa y su cabello rubio –Si no estuviera malita sería una niña muy bella –repetía una y otra vez.
La niña se estremeció y despertó por completo. Solo entonces me di cuenta que a su lado se encontraba su hermanita, que tendría un año más que ella. Ésta se incorporo al escuchar a la niña fea.
–¿Estas bien? –preguntó la pequeña, al mismo tiempo que la abrazaba y le tocaba las cara con las manitas de porcelana morena. Con caricias la adormeció de nuevo, la colocó sobre sus piernitas de popote y le tocaba el cabello como si fuera la más hermosa de sus muñecas.
–¡Bajan! –grité y bajé avergonzada del autobús. Me sentía conmovida ante esa imagen que hasta la fecha permanecía anónima en mis recuerdos. Bajé apresurada por que era tarde. Bajé pensando en la suerte que tenía por haber conocido a la niña más hermosa del mundo, pero lo estúpida que era por tener que pedir prestados los ojos de una amorosa niña para poder notarlo.

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