Hay ciertos momentos en los que la soledad
parece irremediable. Puedo estar rodeada de gente pero literalmente, estoy
sola. No hay nadie aquí que escuche mis trivialidades ni algo que impida que el
viento helado penetre en mi piel.
No es triste ni doloroso, pero es incomodo
no tener con quien charlar. Literalmente hay varias personas a las que pudiera
acudir en este momento y decir: ¡Hola! ¿Cómo estas? Pero ninguna de ellas responderá
con su voz barítono encarnando palabras con ese acento de sabelotodo, esto me
decepciona antes de siquiera intentar buscar un poco de compañía humana.
Y es mejor que me vuelva huraña y desafíe a
la soledad aceptándola, la ira reclama su nombre si las palabras que escucha no
son de él.
Respondo con monosílabos y me vuelvo sorda
a las palabras de los demás.
La gente me mira y piensa: “Pobre, debe
pasar por un momento muy amargo para traer esa cara de sufrimiento”.
Llorar en el transporte público se ha
vuelto una costumbre para mí y no ha faltado –o debería de decir, ha sobrado –la voluntad de
quienes quieren remediar mi soledad.
Se acercan y me hablan de un Dios que todo
lo puede y que me ayudará sea cual sea mi problema. Como si Dios tuviera un
remedio para los costales rotos.
Entonces procuro calmarme, fingir rendición
y volver a quedar sola, para blasfemar contra ese ser que supone existir pero
me deja abandonada en medio de la nada del todo.
“¿Es tu morboso designio el que yo este sola
sin él?”, cuestiono al cielo a gritos inaudibles, y éste nunca me responde.
Mi madre reclama atención y al no ver
respuesta me da mi espacio, mis amigos están cansados de mis letanías
frecuentes y me cambian el tema o me ignoran, mi almohada humedece y me roba el
sueño y hasta el estupido espejo me dice que me veo sola. Tan sola, sin él.
Sin esa cara de estúpido contándome de ella
–la otra estúpida –, sin sus ojeras horrorosas suplicándome atención barata,
sin su barba rala y descuadrada con la que intenta ocultar sus facciones de
mujer fea, sin sus patéticas costillas, sin su panza flaca, sin todo lo que es él
y que alguna vez amé.
Ese perro cobarde se fue y ha dejado de
ladrar al lado mío, haciendo insoportable el silencio de su ausencia.
Una palabra… tan sólo una palabra bastaría
para que yo me sintiera acompañada este día.
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