En la claridad de la embriaguez me has presentado
un dilema terrible. Se encuentra ahí, estampado en tus labios gruesos que me
hablan como si me conocieran y me derriten con esa tosca melancolía que tanto
me gusta.
Es por eso que me he agarrado de tus
piernas y me he lanzado al vacío en un beso urgente e inesperado.
Si me quedo en el fondo abismal de tu
paladar, quizá no vuelva salir jamás; pero si me alejo, haciendo alarde de una
cobardía que desconozco, quizá me pierda la oportunidad de conocer esa verdad
que estoy buscando.
Cuando ambas alternativas poseen la misma
cantidad de beneficios y sacrificios, no hay una respuesta obvia.
Morir o morir. La única diferencia es caer
inerte en tus brazos o en el sepulcro de la soledad, que ya me es tan familiar
que hasta me parece cómodo y apetecible.
¡Que abominable situación con pies, cabeza
y testosterona tengo sentada frente a mí!
Tiene nombre, sí, pero prefiero recordarlo
poco. El suicidio no es opción cuando ya no se esta vivo.
En lo que me decido… ¡Acércate un poquito!,
¡Vuélveme a besar!
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